El último informe de la OIM establece que para el 2020 el 3,6 % de la población mundial era migrante, es decir, 281 millones de personas alrededor del planeta, lo que, para darse una idea, equivale a dos rusias desplazándose por el mundo. En los Estados Unidos, el año 2022 marcó el récord histórico de población migrante con 46 millones de personas, lo que equivale a casi el 14 % del total de sus habitantes. A nivel global, las migraciones han crecido más de tres veces en los últimos cincuenta años. Para no ir tan lejos, Colombia, que históricamente ha visto emigrar compatriotas, hoy es destino para los venezolanos y país de paso para poblaciones sudamericanas e incluso africanas que intentan llegar a los Estados Unidos.
Los factores que empujan a las personas a salir de sus países son económicos, sociopolíticos y ambientales. Se trata de escapar de algo, en últimas. Esta semana hemos visto registros gráficos de los kilómetros de filas de carros que intentan salir del Líbano escapando del salvajismo de Netanyahu, un solo hombre al que centenares de naciones no han sido capaces de detener por su decidido exterminio de sus enemigos.
En el 2018, las Naciones Unidas firmaron el Pacto Mundial para la Migración, el primer acuerdo multilateral para lograr una migración global “Segura, Ordenada y Regular”, el cual fija directrices sobre políticas migratorias para dar una respuesta global coordinada al fenómeno. Este instrumento establece que ningún Estado puede abordar la migración en solitario, mientras mantiene la soberanía de los países frente a estas políticas. Es decir, poco y nada, en mi opinión. “Sean migraciones voluntarias o forzadas, autorizadas formalmente o no, a todos los seres humanos se les deben respetar sus derechos y su dignidad”; las muertes de inmigrantes en busca de una vida mejor son una “vergüenza colectiva”, dijo alguna vez António Guterres, a propósito de este pacto. Sin embargo, pasados seis años de la firma de ese papel, la OIM estableció que, sólo en el 2023, al menos 8.565 personas murieron en las rutas migratorias de todo el mundo, mientras se calcula que desde el 2014 cerca de 30.000 almas se han ahogado en aguas del Mediterráneo por intentar cruzarlo en busca de un buen pasar.
Esta semana se encuentran reunidos los líderes del planeta en la sede de la ONU para conversar sobre lo que aqueja a la humanidad. La agenda propuesta incluye intentar acelerar el progreso de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) creados en el 2015, cuya meta se cumple en el 2030; estamos a seis años. El primero de ellos es “fin de la pobreza” y el décimo, “reducción de la desigualdad”. Uno de los apartados de este objetivo establece la necesidad de “facilitar la migración y la movilidad ordenadas, seguras, regulares y responsables de las personas, incluso mediante la aplicación de políticas migratorias planificadas y bien gestionadas”. Es decir, lo que se propuso en el instrumento del 2018. Parece un chiste. Todo se queda en documentos ensamblados por técnicos y burócratas, suscritos por políticos que se encaraman a recitar discursos, unos inspiradores, otros apocalípticos, como el del presidente Petro del pasado martes.
Unido a Ucrania, Medio Oriente, Netanyahus, Putines, Maduros, Bukeles y tantos más, lo anterior pretende plantear la pregunta que se hacen muchos: ¿estamos ante el fracaso del multilateralismo?
Por Cristina Carrizosa Calle
