¡Organícense!

Las últimas encuestas confirman la persistencia de unas bases petristas inmutables ante el desastre. Esto no parece estarlo leyendo la oposición impávida frente a decenas de candidatos que empiezan a marchar hacia la contienda en solitario, como queriendo que su meta fuese una nueva derrota o una estrecha victoria con la que gobernar no será fácil.

Un nuevo gobierno de la actual oposición deberá ordenar la casa, tendrá que cambiar los vidrios rotos, reorganizar los muebles, resanar y pintar los muros de instituciones manchadas por la corrupción y la decadencia. Tendrá que asumir esa obra enfrentado a una oposición en las calles y en las bodegas digitales. Eso requiere una fórmula sólida, con capacidad gerencial y un fuerte ánimo de concertación con las distintas fuerzas políticas. ¿Y, entonces, qué esperamos hoy los colombianos de los candidatos? Que como lo hicieron las fuerzas de izquierda hace cuatro años, se organicen para garantizar una absoluta victoria que legitime ese urgente “manos a la obra”.

Son demasiados los candidatos sin posibilidad; muchos otros que, sabiendo no tenerla, en realidad le apuntan a la Alcaldía de Bogotá; otros, se presentan como outsiders con la bandera de antipolíticos, como si depender de un grupo económico no fuese en sí un acto político, por el poder político de quienes le apuestan a la libertaria inexperiencia. Otros repiten errores del pasado mostrándose asépticos, lo que en política es una engañosa forma de superioridad moral. Este llamado a que se organicen, fácilmente advertible en la ciudadanía, supone para los candidatos grandeza política. Es deber dejar las vanidades personalistas de aquellos que, con mérito o sin él, creen que son solo ellos los llamados a redimirnos de la catástrofe. Colombia merece, por una vez en su historia, que su clase política se arremangue unida y responda al desafío de rescatar al país del retroceso, capotear juntos la pobreza, enfrentar la corrupción y combatir las guerras históricas hasta hoy perdidas.

Existen mecanismos: derecha e izquierda no deberían ser entendidas como ideologías estáticas, sino como una especie de recipientes cuyos contenidos pueden variar en el tiempo de acuerdo con las coyunturas que dan lugar a conflictos sociales y políticos. La polarización que surge de ellos cimienta populismos de todo orden, con tantas voces como notas en la escala musical, y en medio, una voz menos estridente, regida por el pragmatismo, capaz de recoger buenas ideas de los extremos, porque no ocupada en la fuerza del grito, logra escuchar los dolores de la sociedad. A esa tonalidad hay que ponerle una voz que conjugue armónicamente la respuesta a las más apremiantes necesidades del país: esto es, una agenda con un proyecto común; una liga de intereses generosos en pro de la reorganización para el cambio de rumbo.

Que Vicky siga echando su propio cuentazo; que la derecha tradicional y la del Centro Democrático echen el suyo con la voz del que diga Uribe; que el centro forme tribu y logre una sola voz moderada y experimentada. Y mientras el que diga Petro grita su caduca diatriba antiestablecimiento, aquellos todos deberán comprender que no hay que darle tanta vuelta: habrá que apuntarle a la unión para la recomposición. Ese será el verdadero cambio.