
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El pasado 14 de agosto, en este mismo espacio, escribí un texto que titulé “Por una democrática salida del closet”. En él llamaba la atención sobre el evidente activismo político de la entonces directora de Semana, la periodista Vicky Dávila, después de que contratara y publicara en su revista una encuesta que la daba por preferida para la Presidencia. La columna mostraba la conveniencia de que la periodista abriera sus cartas de forma ética frente al oficio periodístico, leal hacia sus colegas y con transparencia hacia su público y los demás participantes de la contienda. El escrito también era un llamado a los periodistas en general, al gremio del oficio llamado el “cuarto poder” por tener una función pública determinante en las democracias, a expresar su postura frente a lo que se mostraba como un espectáculo politiquero montado sobre la enorme plataforma de una casa editorial.
Ese mismo día, la hoy precandidata publicó un post en su cuenta de X en el que textualmente decía: “No voy a renunciar a Semana. Los tibios hipócritas pueden seguir presionando todo lo que quieran con columnas de ‘opinión’, comentarios en X y notas de prensa...”. También señalaba allí sus logros periodísticos en una especie de autoelogio a su hazaña anticorrupción y su cruzada por un mejor país al destapar los más sonados escándalos del gobierno. El trino terminaba así: “¿Por qué quieren que paremos?”. La pregunta era irrespetuosamente sugerente, pero francamente contundente en la negación de un interés de su parte en llegar a la Presidencia de la República. No obstante esto, videos, apariciones espectaculares, barras en redes y su ambigüedad ante la obligada pregunta de muchos, seguían mostrando lo contrario. El anuncio lo hizo el mismo día en que Yamid Amat, uno de los periodistas más prestigiosos de la historia de Colombia por su rigor y ética profesional, se despedía del oficio y cerraba los reflectores de un noticiero que hizo historia de la televisión.
Con su estilo periodístico y una habilidad especial para dirigirse a la gente, Vicky despertó en un grupo grande de ciudadanos, desesperados por el mal gobierno y asqueados por la corrupción, una simpatía que se ha convertido en una verdadera “vickimanía” ante la idea de verla convertida en la primera mujer presidente de Colombia.
En los negocios y en el comercio, las cosas valen lo que dan por ellas. De la misma forma en la política: los candidatos valen en tanto existan señales de que los electores están dispuestos a darles su confianza; así con Vicky, quien tiene serias opciones de llegar a la Presidencia. En la coyuntura del naciente vickismo, magnates, su candidata y los ciudadanos entusiasmados se valorizan. Pero no así el periodismo que, a mi juicio, se depreció al no haber sido capaz de hacer un valiente, válido y valeroso llamado a la autorregulación. Todas palabras con V de victoria, ausentes esta vez del establecimiento periodístico entregado a la más férrea oposición. Prevaleció una especie de solidaridad de gremio que dejó pasar que uno de los suyos combinara la visceral opinión editorial, el poder económico y el servicio público informativo, todo como tribuna para una campaña política. Pocas voces se hicieron sentir enfáticamente, otras tímidamente y casi todas con un silencio tan elocuente como dañino.
Sin duda, Vicky es una gran candidata para el espectáculo electoral y para la contienda democrática. Habrá tiempo para el debate ideológico y programático que terminará de configurarla. Mientras tanto, veremos si la prensa sigue en actitud de colegaje o fiel a sus principios.
