La crisis de liderazgos y la teatralización de la política han llevado a algunos a ver en la directora de la revista Semana, la periodista Vicky Dávila, una opción presidencial.
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Vicky opina y propone, hace de sus editoriales piezas virales, es aclamada en eventos en los que participa en calidad de “ciudadana que ama su país”. Tal es la “Vickymanía”, que la misma revista decidió incluir a su directora en la encuesta contratada a Guarumo, que la pone en la cúspide de la preferencia entre los encuestados de cara a las elecciones del 2026.
Parece estrambótico que quien dirige uno de los medios más leídos en Colombia, de propiedad de uno de los grupos económicos más importantes, no solo parezca en campaña, sino que lo confirme al incluirse en una medición que la favorece. En ese sentido se pronunciaron María Jimena Duzán y Ana Cristina Restrepo, sus intachables colegas y lo propio hizo la Red Ética Periodística de la Fundación Gabo, a lo que, sin negarlo, Vicky respondió con beligerancia por considerarlo un ataque en su contra.
Veo en ella un enorme potencial para ser la candidata de la derecha: es mujer de valores cimentados en lo tradicional, de armas tomar, trabajadora, creyente, sin pelos en la lengua. Puedo imaginarla en sus piezas de campaña, sonriente, haciendo el gesto de la V de Vicky y de Victoria. Todo legítimo y, por tanto, su claridad beneficiaría el ejercicio democrático y a su misma candidatura. No hacerlo daña su credibilidad y la del medio. Es la transparencia lo que busca un elector; la ambigüedad crea un vacío en la confianza que tendrá efectos en su eventual carrera política y en su profesión, si decide continuarla.
No es raro que un periodista se lance a la política; por el contrario, es muy común. Por ejemplo, decenas de periodistas hacen parte del parlamento europeo y, en la historia política, centenares de hombres de poder han tenido trayectoria periodística. Lo que no tiene precedente es que hicieran evidente campaña mientras se desempeñaban como jefes de un medio de comunicación. Lo democrático, en un país en el que tanto criticamos lo antidemocrático de otros, sería que su candidatura saliera del clóset e hiciera simétrico su nivel de exposición al de los demás aspirantes que no cuentan con semejante plataforma.
El dilema ético no es solo de ella y sus jefes; también debe plantearse por quienes consumimos periodismo y planeamos un voto para el 2026. Es menester que el naciente “Vickysmo” se llame él mismo a la transparencia exigiendo de su candidata diáfana claridad y que sus audiencias lo hagan por el bien de su propio interés. Falta a la ética quien, aun entendiendo que el periodismo es un oficio con alcance de servicio público, no vea problemático que su proveedor de información esté en la competencia electoral. Es labor del gremio de los periodistas, por su parte, hacérselo notar tanto a sus pares como a su audiencia, en una autorregulación que solo hace bien a la sociedad.
La ética periodística es similar a la de la política: ambas parten de la independencia hacia cualquier interés personal y de la responsabilidad con la sociedad a la que entregan su servicio. Tal vez por eso no es raro que comulguen; lo que no es posible es que convivan.