En tanto la variable macroeconómica inflación se mantiene en sus justas proporciones, según los severos analistas y expertos en el manejo de las estadísticas, la novelística colombiana se ha desbordado y alcanzado guarismo exponencial en la producción de novelas y narrativas de medio pelo, pero con poderoso sello editorial en sus caratulas, publicidad efectista, excelente mercadeo y asolapados comentaristas.
Desde luego, hay escritores cuya obra se sostiene por su calidad intrínseca, su ilustración, plasticidad y destreza en el manejo del lenguaje, la temática y el depurado y largamente sentido, aprendido, arte de relatar, poetizar, historiar, fascinar, que busca y espera encontrar el lector en su inmersión en los cautivantes territorios de lo real/ficcional.
Distinguida, selecta minoría aquella que, con altivez y fuerza propia, le sostiene el pulso a la literatura frívola y ligera, a la Emma Bovary de la era de la tecnología en versión de precoces y audaces creadores de lo leve consumible por legiones de lectores de las nuevas realidades que crea, factura e impone, ese sí innovador y productivo mercado de los mass media en su versión tecnológica instantánea.
Cuya efectiva y categórica cobertura, viene a configurarse como real y dominante fenómeno de control en todas las esferas de la actividad humana. De manera muy significativa, en el presente estadio del desarrollo tecnológico sobre el cual se soportan sus contenidos, filosofía y fines.
Igual que la de la literatura de la era de la tecnología, la historia de las literaturas locales, regionales y universales, ha estado signada por periodos de esplendor y decadencia conforme haya sido el desarrollo de las fuerzas productivas, las dinámicas económicas, políticas, sociales, científicas, culturales y humanas que, en sus correspondientes momentos y periodos hayan tenido ocurrencia e interactuado.
En esa perspectiva es de pensar que, frente a la decadencia de las literaturas locales y, consecuentemente de la gran literatura en crisis de severa creatividad, de innovación en sus formas, lenguajes y semánticas narrativas, haya correspondido a la tecnología asumir el papel de vanguardia que hoy su desarrollo le facilita y promueve, y dar en la “creación” de una nueva, falsa literatura, y de sus sobreactuados autores.
Más por razones de mercado dicha vanguardia que por las estéticas, de creatividad o de incentivo a la lectura que, de manera poco creíble, invocan los interesados en esta nueva modalidad de negocio surgida de las dinámicas de la tecnología aplicadas a ese rico filón que es la cultura.
Y a su más universal expresión, la literatura y sus cada vez más caudalosos afluentes desembocando incontenibles en la mar sin lindes de la tecnología.
Del escritor que crea contenidos, no ya para narrar en el sentido canónico y clásico impuesto por los copistas de la antigüedad, alterado a su vez por otra revolución tecnológica, el libro, sino por creadores de contenidos visuales animados para ver y oír, a través de las redes sociales.
Bien podría decirse que esta nueva forma de “narrar” es el signo de los tiempos. De una modernidad en constante desarrollo dialectico, capaz de crear su historia particular y definitoria en un estadio de la humanidad que se asume, produce y reproduce en las tecnologías como divisa imbatible de su avance hacia formas nuevas de sociedad, conocimiento y relaciones.
Que la banalidad, lo leve e intrascendente, conjuga en todas las personas, modo y tiempo el arte de los nuevos literatos de la cibernética y lo mediático y publicitario, es fácil comprobarlo en las ferias, festivales, librerías, redes sociales o en las góndolas de las grandes superficies
En grado superlativo aupados por sus partners editoriales y la cofradía mediática, creen los sedicentes protagonistas de la nueva literatura colombiana ser los herederos supérstites de García Márquez, German Espinosa, Balzac, cuando aún siguen regodeándose con Pablo Escobar, traquetos, narcotraficantes, sicarios y otras narrativas propias de la crónica roja, de la cual ya ni los periódicos se ocupan.
* Poeta.
@CristoGarciaTap