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Se requiere la condición de limitado mental para no entender, y algunos columnistas y analistas en Colombia reiteran hasta la conmiseración esa insolvencia, que el parto de una democracia es por naturaleza gemelar.
Y que una de esas criaturas, indefectiblemente, es la Oposición, antitético categóricamente necesario para el desarrollo, crecimiento y efectividad del otro neonato, el partido político en el gobierno y la dirección del Estado.
Que en ningún país, sea cual fuere su localización geográfica y clasificación en los índices del desarrollo humano, social, económico, político, cultural e institucional, se ignora o pasa por alto que esas dinámicas políticas son inherentes a la naturaleza del contrato social pactado y que sin ellas este no es posible.
Ni la democracia, el modelo ideal en el cual debe tener ocurrencia permanente e ininterrumpida la consumación de derechos políticos y libertades en sociedades abiertas a la pluralidad y a la garantía real del ejercicio de unos y otras de tales.
Ir a contrapelo de la historia, repetir e inscribir en nuestro mapa mental como marca indeleble e irreconciliable la incomprensión y la intolerancia a las diferencias ideológicas, políticas, étnicas, de género, culturales y sociales entre colombianos por su diversidad de pensamiento, opinión y elección, pareciera el imperativo categórico del cual cada vez más y con mayor desvelo y arrogancia nos aferramos como el fin supremo de una artificiosa libertad de conciencia.
¡Qué error!
Y cuánto nos cuesta en materia de civilidad política, de convivencia ciudadana, de vidas, a los colombianos, asumir y llevar a la práctica la tolerancia, el respeto y la inclusión del otro; de aquel que, no obstante tener el derecho y la libertad de disentir y profesar el partido, organización política, movimiento que a bien tenga y convenga a sus intereses e ideas, es excluido, discriminado y perseguido por quienes en el juego electoral, contrariando el precepto y deber constitucional de garantizarles el derecho y la libertad de conformar oposición, se erigen en gobierno y los niegan.
En cualquier periodo de nuestra historia política, ser, hacer, promover oposición ha sido, y es, el más tortuoso y escabroso de los caminos de cuantos una nación que se precia de soberana y libre debe recorrer para construir democracia, civilidad, ciudadanía, convivencia, inclusión, equidad, pluralidad y una institucionalidad a prueba de los desequilibrios originados en la exclusión y la discriminación de una proporción estimable de sus asociados, en razón de la preferencia ideológica, política y partidista que profesan y expresan como derecho fundamental autónomo.
Cuántos males, cuántas violencias y guerras de todo tipo y contra todos, cuánta desinstitucionalización y mutilación de nuevas y promisorias alternativas pluralistas le han sobrevenido a Colombia por causa del bloqueo histórico a otras visiones de poder y modelos de gobierno que nos ofrece generosa la democracia, es deuda que hoy pedimos los colombianos de todas las clases, condiciones y credos nos sea pagada por el Estado en libertades y derechos políticos efectivos.
En el reconocimiento y la garantía plena de su ejercicio a todos los partidos, agrupaciones, organizaciones y movimientos políticos, sociales y grupos significativos de ciudadanos, que a bien tengan reclamar el derecho fundamental autónomo de la oposición y su ejecución sin cortapisas.
Esperemos que el Estatuto de la Oposición que acaba de promulgarse por el presidente Santos sea la primera cuota en efectivo de la cuantiosa deuda en derechos contraída por el Estado con todos los colombianos.
* Poeta.
