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Del país de los poetas al de los sabios

Cristo García Tapia

09 de enero de 2020 - 12:00 a. m.

Desde sus orígenes, se conoció a Colombia como un país de poetas por la abundancia y fertilidad de estos, a tal punto que para ser presidente de la República era cuasi requisito ser de la especie, gramático o literato.

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Hoy, 200 años después, empezamos a ser conocidos globalmente por ser un país de sabios, honor que pocas naciones del mundo en los cinco continentes han ostentado en el devenir de su larga y promisoria historia.

Y está bien que, además de sabios, tengamos presidentes que, si bien ya no son poetas, ni gramáticos, ni literatos, tampoco sabios, en rapto de fugaz inspiración memoren la educación, la ciencia y la tecnología como trinidad básica, razón eficiente, del desarrollo y crecimiento de una nación, cuyo bienestar nunca acaba de germinar por seguir plantándolo en los surcos de la desigualdad, el dolor, la violencia y la muerte.

Como está bien que cada cuarto o tercio de siglo se renueve la Misión de Sabios que dé en desempolvar la anterior y actualizar los datos, diagnósticos y número de sus integrantes, la visión, retos, prólogos y epílogos, objeto de sus mentes brillantes e ingentes esfuerzos, dedicación, sabiduría, conocimientos y experiencias, al servicio de Colombia.

Y bueno, beberse otra vez el trago amargo de la desilusión de comprobar que, cuanto soñaron y sembraron, su esforzado trabajo y recomendaciones, no germinó, ni dio frutos, ni trajo bienestar, ni produjo desarrollo, innovación y crecimiento. Y todo porque ni Gobierno, ni Estado, ni la institucionalidad en su conjunto hicieron la tarea que con carácter obligatorio les correspondía: elevar a política pública, promover y ejecutar cuanto la Misión de Sabios, creada en el gobierno de Cesar Gaviria Trujillo, había producido por su expresa petición en nombre del Gobierno, el Estado y la institucionalidad.

Es de pensar que, para un científico, un neurocirujano, un físico, un químico, un economista, un matemático, un ambientalista, un sociólogo, un artista, un filósofo, entre tantos sabios que en Colombia hay, debe ser frustrante en grado superlativo que la educación, el cimiento sobre el cual se levantan las torres de la ciencia, la tecnología, la innovación, el arte, 27 años después de haber diagnosticado la primera Misión de Sabios su precario estado de salud y demandado atención prioritaria y cuidados intensivos permanentes, ni siquiera hayamos mejorado en comprensión de lectura, matemáticas y razonamiento elemental, que no abstracto, según registros y auditajes de organismos internacionales certificados y reconocidos en materia de educación.

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Más desgarrador debe ser para una sociedad como la nuestra que, de tanto oír y ver, hablar y escribir, perorar y debatir sobre lo mismo y confrontar con los discursos los pésimos resultados, ya no le dice nada aquel de que “solo la educación nos da esperanza y futuro”; de su papel insustituible en el desarrollo, crecimiento, riqueza, productividad, sostenibilidad, innovación, calidad de vida, entre tantas variables del desarrollo de las naciones.

Así las cosas, admirado profesor Llinás, su deseo, multiplicado por el de todos los colombianos, en cuanto a que el futuro de Colombia va a estar profunda y directamente relacionado con la capacidad que los colombianos tengamos de “organizar la educación; la hija de la educación: la ciencia; y la hija de la ciencia: la tecnología”, va a demorarse otros días, diez mil novecientos cincuenta, si  es que alcanzamos en 30 años a dar el “vuelco en el triángulo interactivo de la educación, la ciencia y la tecnología”.

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Si llevamos 200 años tratando de darlo, 30 no son más que un suspiro…

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