El caballo desbocado de la corrupción

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Cristo García Tapia
02 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.
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No es falta de inspiración la que me emboca con obstinación en el tema de mi columna semanal. Y sí, las  ganas de explotar. De desfogar la impotencia de ver, sentir, sufrir, padecer, con y como millones de compatriotas, la carrera de caballo desbocado de la corrupción en Colombia.

No hay día que pase, medio que no registre, órgano de control que no tome nota para lo de la “exhaustiva investigación” y correspondiente traslado a la jurisdicción competente, que no aparezca funcionario de alto, medio o bajo rango, y entiéndase por tal a ministros, gobernadores, alcaldes de capitales de departamentos, viceministros, directores de agencias, institutos y secretarías de la Presidencia, involucrado en las acciones de latrocinio que en concierto con las mafias y carteles de la contratación se ejecutan contra el presupuesto nacional, contra los colombianos.

Conforme la atávica fragmentación de la sociedad colombiana en clases, razas, etnias, estratos, es de colegir que la corrupción no escapa a esa clasificación tan criolla y afectada, pero por encima de todo, perversa, dañina, nociva y perturbadora de los patrones del desarrollo natural de la sociedad hacia la equidad, la transparencia y la convivencia ética.

Y así, desde luego, asume y clasifica la corrupción, la estratifica y genera de manera coherente y efectiva sus ventajas y privilegios, las instituciones y órganos idóneos para su sostenibilidad y reproducción, siempre en la dirección de sus intereses y sin inconvenientes ni interferencias.

Si así no fuera, no existirían los “cupos indicativos”, ni la “mermelada” que se reparte en los poderes, ni los órganos de control adjudicados o cooptados por los prevalidos del sistema, ni las “autonomías”  locales  y regionales que, como ahora, solo se respetan  si dan en servir de escudo para desviar la atención de los incuantificables desmanes que ejecuta la clase que está  en la cúspide de la pirámide; los intocables de primera en los altozanos del poder metropolitano.

Es que la corrupción en Colombia es un sistema, un modelo, un poder constituido, cuya razón de ser es el enriquecimiento de particulares que se apropian y expropian los bienes, rentas, presupuestos y dineros del Estado por vía de la corrupción, de la ilicitud, del despojo.

Y a través de la institucionalidad y la legalidad hecha a la medida de sus intereses protervos, “lavan”, “blanquean”, cuanto han robado, despojado, arrebatado a los colombianos. A la salud, la educación, la vivienda, el desarrollo básico de los colombianos, mayormente de los colombianos más pobres.

Es cuando aparecen los infantes muertos de hambre en La Guajira y Chocó, que desde los primeros días de esta república de leguleyos defensores de los corruptos, se han venido muriendo hasta la extinción casi con el beneplácito de los que proclaman el respeto de la “autonomía regional”, pero porque les sirve de cortafuegos para preservarlos en sus nichos blindados del resplandor de la justicia, si es que esta osa aludirse de sus fraudes y asaltos al tesoro nacional.

Los de REFICAR, ODEBRETCH, NAVELENA, por citar lo más mediáticos, son  la elite de la mafia de la corrupción en Colombia, y sus integrantes ocupan en la nomenklatura oficial los cargos, prebendas y canonjías de más alto poder y estima, y cuando ocupan la máxima jerarquía ya han pasado por todos y en todos han dejado el rastro criminal con el que los conocen, identifican y ungen sus compatriotas.

En el reparto del botín, por supuesto, tocan la mayor y mejor parte; los que le siguen, y de acuerdo con su estratificación, un poco menos, pero a condición del pacto de sangre de no revelar sus hazañas gansteriles. Y así sucesivamente hasta perderse su rastro en el laberinto de la impunidad.

Por lo pronto, todo cuanto hoy rasga vestiduras, convoca cruzadas, se diluirá en las “autonomías regionales” y los “poderes locales” de los carteles de la hemofilia y el síndrome de Down, en Córdoba; los infantes indígenas muertos de hambre en la Guajira y Chocó; los clanes familiares redivivos que se robaron a Sucre, saquearon la Caja Agraria y siguen.

Lo demás, son los demás. Los de más arriba. Los que no alcanzará la Justicia. Ni la Contraloría. Ni la Fiscalía. Ni la Procuraduría. Ni la Defensoría. Ni la CÍA. Ni el FBI.

Ni el Departamento del Tesoro. Ni la extradición.

Ni Trump. Con todo y sus pisadas ruidosas. Con su tropel de elefante ofuscado.

Poeta

@CristoGarciaTap

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