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Creería que es de la naturaleza del humano, inherente a ella, esa imaginación feraz hacia lo catastrófico que ha caracterizado, desde cuando salimos a rodar por el mundo, a la especie en los sucesivos estadios y periodos por los cuales ha transitado desde su aparición.
Frente a la categórica y por demás lógica incapacidad cerebral y neurofisiológica de darse una explicación objetiva y racional del mundo al que acaba de nacer, del origen y circunstancias de su situación en él, de los fenómenos de variada naturaleza que en el mismo tenían ocurrencia, nuestro hombre en ciernes apenas si podía erguirse y levantar sus ojos hacia los restos de la espesa nube dejada por la “explosión primordial”, en la cual, con el correr de millones de años, se inició su existencia y aclimatamiento en el cosmos.
Es probable que, frente al insondable, espectral escenario, que mostraba a sus incipientes ojos el orbe, nuestro lejano pariente del pleistoceno sintiera pavura y desamparo; un miedo cerval a cuanto su limitado cerebro era incapaz de concebir, comprender y explicarse.
De aquel primigenio instante en su largo proceso de desarrollo y crecimiento, es factible que provenga esa conducta tan de la especie de magnificar en apocalípticos fenómenos de orden natural y biológicos, geológicos y físicos, sociales, económicos y geopolíticos, a la vez que, de pronosticar el fin del mundo y de la especie, del sistema, la economía y del gobierno, entre tantos finales que se anuncian con ruido global y hasta se les hace su correspondiente apoteosis, como si hubiésemos estado esperándolos.
A los cuales no fueron ajenas las pestes que, igual que hoy, en otras épocas lo asolaron y devinieron en imaginarios y predicciones irracionales; en el fin y el acabamiento del mundo y de la especie humana en guerras y llamas, en agua y terremotos; en invasiones alienígenas y terrícolas, verbigracia, China a USA y viceversa, y en cuanta tragedia es capaz de conjeturar el hombre en su, igualmente magnificada impotencia, en su febril y desbordada cosmovisión religiosa.
Ni la economía ni el aparato productivo van a colapsar y a desaparecer para siempre en las fauces del fantasma pandémico que recorre el mundo. Igual, no van a desaparecer los sistemas políticos ni el modo de producción vigentes de un coletazo. Ni ese perpetuum mobile que es el mercado, a sucumbir ineluctable en la nada abisal.
Tal no va ocurrir. Si bien la economía entrará en recesión temporal, como ha ocurrido a lo largo de otras contingencias de carácter ruinoso como la presente, sobrevendrá, y no en el largo plazo, un periodo de florecimiento y crecimiento que redundará en el conjunto de la sociedad y en la consecuente reactivación global de la cadena productiva, el empleo, la producción, productividad y distribución de la riqueza.
En cuanto a los sistemas políticos y gobiernos, nunca han dejado de ser transitorios, de tal manera que, conforme el tratamiento que den y los resultados obtenidos con la receta y manejo de la pandemia, así va a ser su permanencia o desplazamiento del poder.
Cuanto hay que preservar, priorizar, anteponer a cualquiera otra razón, sin por eso relegar en el desván de los esfuerzos a la economía y al aparato productivo, es la vida y la salud de los humanos, pues de una y otra depende la economía, los sistemas políticos y el mercado.
¡Venceremos!
* Poeta.
