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                                                                                                                              Farc–Ep: Adiós a las armas

                                                                                                                              Debe ser ese, el momento supremo, definitivo, sin vuelta de hoja, de dejar las armas para un guerrillero, hombre o mujer, tan o más duro que el de dejar un hombre a la mujer que, 50 años atrás, convidó para atravesar juntos las apacibles o abruptas geografías del amor.

                                                                                                                              De un amor constante, de todos los días como el canto de los pájaros en el clarear del alba; más de caricias y arrullos que de emboscadas y trampas; de pechiches y requiebros en voz alta, que de recriminaciones y lecciones de urbanidad para amantes en trance de deudores del deseo.

                                                                                                                              Y más duro, cuando ese adiós, ese dejar las armas de un guerrero, se reduce a un protocolo que te despoja de ese otro, otra, que te daba fuerzas, voluntad, capacidad de sobreponerte al adversario, de controlarlo.

                                                                                                                              De no dejarte arrebatar la efímera victoria del instante, la fugacidad del triunfo anticipado.

                                                                                                                              Un protocolo que te hace sentir vencido, derrotado, sometido, cuando tú sabes que no te han derrotado, que no te han vencido, que no te han sometido.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              50 años de bajar y subir las laderas de la guerra, de confundirse con los troncos de los árboles que pueblan los caminos y veredas de la guerra, de percibir en el enemigo el rostro del hermano, la voz del vecino, un parecido con el compañero de la escuela, quizá hayan acabado por convertirse en el conjuro para amansar la muerte.

                                                                                                                              Y apaciguar sus bríos de mulo cerrero hasta volverla un animalito inofensivo, casi invisible y sin más poder que el de la costumbre de aparecerse cuando la vejez le implora, por interpuestas almas, que llegado ha sido el tiempo de ir por tal o cual, una o uno, que ya se cansó de trasegar los peladeros de esta vida y le hace señas en dirección hacia la otra.

                                                                                                                              Sí, debe ser triste dejarse de alguien, de algo, que ha sobrevivido con uno y resistido, a las buenas o malas, el peso o la levedad de los años, el embate de los vientos, la furia del despojo y la injusticia, la alegría de fugaces primaveras, el trueno y el relámpago, la espesa tiniebla y la furtiva luz.

                                                                                                                              Duro y triste, nostálgico hasta la incertidumbre y el miedo, ese dejar las armas las guerrilleradas de las Farc–Ep; este adiós a la mujer que por medio siglo se sumergió con nosotros en las vasijas quebradizas de nuestra existencia; que se despertaba en la alta medianoche a limpiar de nuestros ojos el sudor de los sueños; a respirar los dos el mismo aire.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Pero la palabra obliga y la guerrilla la honra poniendo fin al uso de las armas con fines políticos, aun a contrapelo de los regateos, trampas y mezquindades del Gobierno en el cumplimiento de la suya.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Y si algo ha tenido de sanadora y restauradora esa palabra empeñada de las Farc–Ep es que ha curado de la guerra a una patria devastada por medio siglo de violencias de todo orden, de despojos y desplazamientos, de víctimas y victimarios de todas las clases, de daños irreparables al aparato productivo, a todos los colombianos.

                                                                                                                              Una palabra que, como por ensalmo, puso fin a más de medio siglo de conflicto armado, y abrió las avenidas de la inclusión social, económica, política, étnica y cultural; del pensamiento por una Colombia nueva, moderna, incluyente.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Aunque les “parta el alma” y les cause dolor e incertidumbre este adiós a las armas a quienes las dejan, tanto o más que al hombre que deja a su mujer después de 50 años de un bello peregrinaje por las andaduras del amor, es imperativo hacer sentir acompañados por el pueblo colombiano a quienes antepusieron todo y corrieron el riesgo de una nueva alborada de paz para todos los colombianos.

                                                                                                                              Por una Colombia en la que nunca más la guerra sea la razón de nuestra historia.

                                                                                                                              ¡Adiós a las armas! ¡Adiós por siempre a la guerra! ¡Bienvenida la paz!

                                                                                                                              * Poeta y columnista.

                                                                                                                              Debe ser ese, el momento supremo, definitivo, sin vuelta de hoja, de dejar las armas para un guerrillero, hombre o mujer, tan o más duro que el de dejar un hombre a la mujer que, 50 años atrás, convidó para atravesar juntos las apacibles o abruptas geografías del amor.

                                                                                                                              De un amor constante, de todos los días como el canto de los pájaros en el clarear del alba; más de caricias y arrullos que de emboscadas y trampas; de pechiches y requiebros en voz alta, que de recriminaciones y lecciones de urbanidad para amantes en trance de deudores del deseo.

                                                                                                                              Y más duro, cuando ese adiós, ese dejar las armas de un guerrero, se reduce a un protocolo que te despoja de ese otro, otra, que te daba fuerzas, voluntad, capacidad de sobreponerte al adversario, de controlarlo.

                                                                                                                              De no dejarte arrebatar la efímera victoria del instante, la fugacidad del triunfo anticipado.

                                                                                                                              Un protocolo que te hace sentir vencido, derrotado, sometido, cuando tú sabes que no te han derrotado, que no te han vencido, que no te han sometido.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Que has luchado toda la vida y te mantienes invicto; que tu amor sigue siendo el mismo, y que en el fragor de los combates hay siempre un instante para guiñarse el ojo, para lanzarse besos al aire, para amarse risueños entre los matorrales y los aromas del monte, como descubriendo por primera vez el deseo ardiendo en las entrañas.

                                                                                                                              50 años de bajar y subir las laderas de la guerra, de confundirse con los troncos de los árboles que pueblan los caminos y veredas de la guerra, de percibir en el enemigo el rostro del hermano, la voz del vecino, un parecido con el compañero de la escuela, quizá hayan acabado por convertirse en el conjuro para amansar la muerte.

                                                                                                                              Y apaciguar sus bríos de mulo cerrero hasta volverla un animalito inofensivo, casi invisible y sin más poder que el de la costumbre de aparecerse cuando la vejez le implora, por interpuestas almas, que llegado ha sido el tiempo de ir por tal o cual, una o uno, que ya se cansó de trasegar los peladeros de esta vida y le hace señas en dirección hacia la otra.

                                                                                                                              Sí, debe ser triste dejarse de alguien, de algo, que ha sobrevivido con uno y resistido, a las buenas o malas, el peso o la levedad de los años, el embate de los vientos, la furia del despojo y la injusticia, la alegría de fugaces primaveras, el trueno y el relámpago, la espesa tiniebla y la furtiva luz.

                                                                                                                              Duro y triste, nostálgico hasta la incertidumbre y el miedo, ese dejar las armas las guerrilleradas de las Farc–Ep; este adiós a la mujer que por medio siglo se sumergió con nosotros en las vasijas quebradizas de nuestra existencia; que se despertaba en la alta medianoche a limpiar de nuestros ojos el sudor de los sueños; a respirar los dos el mismo aire.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Y si algo ha tenido de sanadora y restauradora esa palabra empeñada de las Farc–Ep es que ha curado de la guerra a una patria devastada por medio siglo de violencias de todo orden, de despojos y desplazamientos, de víctimas y victimarios de todas las clases, de daños irreparables al aparato productivo, a todos los colombianos.

                                                                                                                              Una palabra que, como por ensalmo, puso fin a más de medio siglo de conflicto armado, y abrió las avenidas de la inclusión social, económica, política, étnica y cultural; del pensamiento por una Colombia nueva, moderna, incluyente.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Aunque les “parta el alma” y les cause dolor e incertidumbre este adiós a las armas a quienes las dejan, tanto o más que al hombre que deja a su mujer después de 50 años de un bello peregrinaje por las andaduras del amor, es imperativo hacer sentir acompañados por el pueblo colombiano a quienes antepusieron todo y corrieron el riesgo de una nueva alborada de paz para todos los colombianos.

                                                                                                                              Por una Colombia en la que nunca más la guerra sea la razón de nuestra historia.

                                                                                                                              ¡Adiós a las armas! ¡Adiós por siempre a la guerra! ¡Bienvenida la paz!

                                                                                                                              * Poeta y columnista.

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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