En tanto el mundo se balanceaba entre materialistas e idealistas, la verdad era una categoría axiomática: o era absoluta, o era falsa. Difícil resultaba aventurarse por los territorios escabrosos de otras lógicas y principios.
Para entonces, la física aún se circunscribía a lo experimental, y acaso a una que otra especulación, poética o filosófica, del universo, del átomo, de la gravedad, de la naturaleza de luz y de la energía, distintas de lo imperante y universalmente aceptado y comprobado por la experimentación y las leyes de la mecánica newtoniana hasta entonces predominantes.
Todo cuanto ocurría, o casi todo, estaba determinado por lo sobrenatural; por una divinidad, con su cuerpo de operarios, que se encargaba de poner en movimiento las palancas de un universo “creado” y administrado a imagen y semejanza de un “hacedor” eterno e inmutable.
En correspondencia con esa cosmovisión mayoritariamente aceptada, era apenas de esperar que las relaciones de poder, conocimiento y pensamiento, estuvieran atadas a aquel entramado ideológico, político y de autoridad predominante.
A una “verdad absoluta”, increada, pero con representación terrenal, infalible e incuestionable.
“Esta es”, esa era, la verdad verdadera y no admitía dudas ni cuestionamientos y como tal, se ejecutaba en la misma dirección de los intereses que la detentaban e imponían: ya en el orden político, económico y social, como en el religioso, el de la educación y del conocimiento.
Con el desarrollo y el avance acelerado de las ciencias, especialmente de la física y la química, la verdad, del mismo modo que otras categorías, deviene en una mezcla de intereses de diversa procedencia con apariencia de verdad, de algo que se acomoda a conveniencia; en objeto de apropiación y manipulación conforme los intereses de poder en juego y del peso de los mismos frente al contrario afectado por su orientación y juicios.
O, como en los conflictos sociales transmutados en políticos y militares, en los cuales se “construye” con el fin de dar apariencia de verdad a cuanto, para su construcción, parte de hipótesis que contrarían postulados fácticos, la naturaleza histórica y ética del objeto de esclarecimiento.
Por ejemplo, la verdad verdadera del conflicto colombiano y sus manifestaciones más visibles y gravosas: la social y la confrontación armada, las víctimas y victimarios, los promotores económicos e ideológicos, la validez, legal y constitucional del Acuerdo de Paz, y una Comisión de la Verdad, más un atajo para llegar a la JEP, que la instancia insoslayable para contar una verdad de la cual fueron actores en los papeles principales.
Entre tanto, ¿si será que, a las víctimas de carne, huesos y alma, a los sobrevivientes de las masacres, a los desplazados, a los despojados, de los Montes de María, se les ha escuchado y atendido más allá de las vergonzantes y revictimizantes sesiones de perdones y liturgias de sanación?
* Poeta.