Esta mañana, a pocos pasos del fogón de la infancia, los tizones de la melancolía me llevan por Ítaca.
No he tenido que rogarle a dios alguno para que me alargue el camino; temeroso de cíclopes y lestrigones por culpa de mi alma impura, he andado más rápido de lo que recomiendan algunos tratados para viajeros.
Muchas mañanas de verano me han acompañado en pos de Ítaca; crudos y largos inviernos han visto mis ojos desde la lejanía de un otoño que busca entre los árboles el rescoldo de hojas que se resisten a la estación de lo perdido. A la incertidumbre de la muerte.
Por mis manos rudas de campesino Ítaca cruzó las suyas. Fugaces fueron aquellas manos que en vano quise acariciar por un instante, retener entre las mías para que me señalaran un camino que nunca habían visto mis ojos ni hollado mis pies.
Malvada Ítaca, como dama de alta noche que niega sus senos lunados al poeta, me has negado tus abundantes riquezas, el esplendor de tus palabras, el boato de tu sabiduría.
En vano te he implorado la gracia de llegar antes de viejo a tus puertas. De despojarme en tus aposentos de tantos días difíciles y penumbrosos; de este viaje de quimera que emprendí tras de ti y aún no logro vislumbrarte más allá de la quimera misma.
Tal vez no seas, Ítaca, más que espejismo en el desierto; una lenta, inacabada agonía del hombre. Un eterno ir y venir en pos de aquello que no es; de lo que nunca ha sido y en ti, Ítaca imaginaria, jamás sobrevendrá.
De niño, me aconsejaban tenerte en mi mente si quería poseerte algún día; dejarme seducir por el sonido seco de tu nombre, por los colores alegres de tu puerto; mezclar con el mío los olores sensuales de tus perfumes y especias. En suma, Ítaca, que me llenara de ti si quería conquistarte.
Todo lo hice y todo ha sido un padecer. Un largo suspiro por algo que cada día es más lejano, incierto.
Por una luz que ya es tiniebla, sombra que me devuelve al punto de partida y vuelve laberinto insondable el camino de otro día tras la quimera.
Ni bello ha sido el viaje emprendido ni riqueza alguna espero ya de ti. Vana es la sabiduría que no deja una enseñanza y tú, Ítaca, nada tienes que enseñarme ni darme a ganar.
Nada que ofrecerme como no sean calamidades, las pestes de tu pobreza eterna; la vaga conformidad de una esperanza, arena movediza en la que todo se hunde cada día.
Y al paso del tiempo, se vuelve eternidad; lo mismo repetido hasta volverse nada.
Nunca debí soñarte, Ítaca. Ni anclar por un instante entre tus aguas la nave de mi dicha y mi fortuna. Ni buscar con tu rosa de los vientos, tu errátil rosa de los vientos, el norte de mis mundos.
Avergüénzate de haberme defraudado; de haber extraviado mis pasos del verdadero camino; de haberme hecho pobre, avergüénzate. Duélete de tu sabiduría inane, de tu nula experiencia.
Quémate las manos, Ítaca, para que no sigas señalando al hombre el rumbo equivocado; las aguas engañosas del naufragio en pos de la quimera que alimentas con mis vísceras.
Devuélvele la voz a mi alma impura, la prisa de mis pasos devuélveme. No te quedes, Ítaca, con mi sabiduría primitiva y elemental, deja que fluya en mí la sangre nueva de otra Ítaca.
Si nada tienes que ofrecerme, si nada espero yo de ti, apártate de mi vista quimera de sonidos secos, Ítaca vacía de significados. Que no vuelvan mis oídos a oírte ni mi boca a pronunciar tu nombre.
Ítaca del tiempo y de riquezas despojada; de historias contadas por otros que nunca llegaron a tus puertas, ¿qué puedes ofrecerme si tan pobre eres?
* Poeta.