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Más importancia y valoración tiene en todos los segmentos de la opinión el formato de la “confrontación” Uribe–Santos, que cualquiera otro de los temas que, por su importancia, trascendencia y beneficio para el país, deberían copar la atención de los protagonistas y epígonos de uno y otro.
Y la de Uribe, más que la de Santos, está copada en hacer oposición, más cerrera que civilizada, como corresponde y permite una democracia, precaria o desarrollada, a quien en erigido jefe de una facción o movimiento con representación en los órganos políticos, Congreso, decide confrontar las tesis y programas de quien en representación de otras y otros funge, por voluntad popular mayoritaria, como gobernante.
Uribe está en su punto; jugando el papel que le corresponde en un tema, el de la Paz, en el que Santos acabó por capotear y ganar la mano, al punto de haber logrado sacar avante un Acuerdo de Paz con las FARC – EP, que objetivamente no se correspondía con el que se simulaba, y en los que aquel presumía tener ventajas que al final no fructificaron en tales.
Que el plebiscito refrendario del Acuerdo de Paz se asuma como victoria de Uribe, es discutible. No pasó de una adehala que, en rapto de sobredimensionado gesto democrático, ingenuidad política y traicionada confianza en la transparencia de las estrategias electorales a desplegar por los promotores de la guerra, otorgó Santos sin ningún miramiento ni beneficio de inventario.
De cuanto sí puede predicarse legalidad y legitimidad, gestos reales de democracia e inclusión, es del Acuerdo de Paz suscrito con las FARC–EP, toda vez que cuanto en él se convino fue la materialización de un derecho, el de la Paz, preceptuado en la Constitución Nacional, articulo 22, el cual para los fines imperativos de su praxis y usufructo pleno no requería de refrendación alguna, toda vez que las partes que interfirieron en su ejercicio por más de sesenta años por fin habían convenido, bajo el amparo de los preceptos constitucionales y legales que le otorgan al Presidente de la República la facultad plena para su gestión, el cese definitivo del fuego.
Convenido el Acuerdo que reivindicó para todos los colombianos el derecho a vivir en paz, el Presidente Santos no puede pasarse el resto de su periodo dando muestras de temor, reverencia, predisposición, prudencia, o como quiera llamarse su actitud de estar consintiendo a Uribe.
De “adonde te pongo para que no te caigas”; de estar valiéndose de cuanta carantoña le sugieran pueda servir para atraer y apaciguar la bronca contra la paz que le carga, corregida, uniformada, disciplinada y aumentada, el contingente marcial y guerrerista del CD comandado por aquel..
Otro gallo le cantaría a Uribe si Santos no se dejara distraer de sus tareas y funciones de gobernante; si en vez de andar buscando intermediarios para que lo acerquen con aquel, dejara de pensarlo y responderle cuanto lance procede de quien sabiéndose temido y por tanto siempre con ojos y oídos puestos sobre él, no pierde ninguna ocasión para distraer con sus salvas las acciones de gobernante de Santos, especialmente las que tienen que ver con el Acuerdo de Paz suscrito con las guerrillas de las FARC.
En esta etapa del emprendimiento legal de la paz de Colombia alcanzada por el Presidente Santos y en la cual los réditos más altos, el Acuerdo suscrito con la FARC- EP, los obtuvo Colombia, no su gobernante en particular, se impone en éste un cambio de formato en esa relación de desgaste y “direccionamiento” que a su gestión le impone Uribe.
Del libreto acordado y estratégicamente fraguado por los señores de la guerra para distraerlo de los asuntos básicos y medulares del arte de gobernar y conducir la nación.
De la Paz como derecho legítimo e irrevocable de todos los colombianos.
Poeta
@CristoGarciaTap
