Habría que definir, ojala en el contexto de la globalización y la modernidad, que son contemporáneamente las Humanidades y que las profesiones que, con el rotulo de humanistas el mercado enmarca en su cuadrante.
Y no de cualquier manera ese encuadramiento y tipificación, sino como mercancía, muy lejano por cierto del concepto patrístico y tomista de su origen, pero igual del modo y relaciones de producción prevalecientes en aquel estadio de la sociedad.
En sintonía con las dinámicas del mercado a lo largo de la historia, es de esperar que el conocimiento y la ilustración, esta ultima variable muy afín al concepto de humanidades en su acepción básica, hayan marchado al acorde de las trompetas del modo y relaciones de producción capitalistas.
Y en su fase superior, el mercado, conformado un nuevo concepto y praxis de la ciencia, el conocimiento, el arte, la cultura y las humanidades propiamente dichas.
Y del trívium et cuadrivium, idealista y medieval, hayamos dado el salto cualitativo a una ciencia y una filosofía que, dejando de lado la contemplación del mundo, se haya centrado en la acción transformadora de cuanto el universo entraña como fuente de conocimiento, progreso y desarrollo.
Por tanto y a la luz de la modernidad capitalista prevaleciente, resulta pueril y poco sostenible la versión que achaca las ciencias fácticas el acabose y extinción de las Humanidades, en su versión pastoril desde luego, y su conversión en mercancía.
Una mirada objetiva y critica de la evolución histórica, social y económica de la humanidad transmutada en cultura, quizá sea el referente que acierte a darnos los fundamentos o, cuando menos, argumentos sólidos para debatir acerca de la vigencia plena de las humanidades.
Eso sí, en un contexto claramente identificado y delimitado por las nuevas realidades prevalecientes en la sociedad globalizada contemporánea, tanto en el orden económico como en el político, científico y cultural.
Lo primero, acordar con conocimiento de causa que las Humanidades no se han acabado.
Nadie, y dícese de tal, gobiernos, científicos puros, humanistas de nuevo cuño y hasta charlatanes con títulos y pergaminos, han declarado su muerte. Ni en las sombras de la alta medianoche y a espaldas de sus dolientes lacrimosos, se sabe de alguien que haya visto pasar el carruaje fúnebre de las humanidades hacia la fosa del común.
Cuanto ha ocurrido, viudas gimientes e inconsolables de las humanidades en Colombia, es que apenas ahora por estos pagos está aterrizando la modernidad y con ella, casi dos siglos ha, la iluminante e inmortal tesis de Feurbach, ¿lo recuerdan?, del arribo del momento de la acción.
De la transformación del mundo, en contraposición de la contemplación prevaleciente en los sistemas de pensamiento humanista que por centurias guiaron, “interpretaron” y dieron en conceptualizar el mundo.
No es que a eso reduzcamos el problema, que no es tal, es que se deja de lado y con sesgo mezquino, a menos que se ignore, una realidad que no es posible pasar por alto: la transformación del mundo en todos sus ordenes, dinámicas, lógicas, concepción, relaciones, ideologías, mercado y poder.
A lo mejor, y ojalá esa sea la causa del alarmismo que ha provocado entre los humanistas la “727” de Colciencias, cuanto haya llevado a tantos de aquellos a declararse en duelo por la muerte de las humanidades no pase de ser una confusión semántica, otra más, entre ciencias humanas y humanidades.
Y estas últimas, que no las ciencias humanas, dejen la de ser la “matriz de conservación y reproducción cultural” que han sido hasta el presente y que tanto atraso y precariedades han provocado en la sociedad colombiana.
Y como de cuanto se trata es de transformar y no de contemplar sin inmutarnos a la sociedad colombiana en su conjunto y en todos los órdenes, para nada se excluyen y sí complementan ciencia, tecnología, humanidades, ciencias humanas, “modelo científico productivista”, crecimiento, progreso, desarrollo, academia y pensamiento humanista.
