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Levantada la Mesa de La Habana bajo los auspicios de la Paz, el fin del conflicto armado, de más de medio siglo, bajo los auspicios del Acuerdo convenido y suscrito por la Mesa de La Habana, la ratificación del derecho a la Paz, que nos debemos los colombianos, bajo los auspicios de la Constitución Nacional, se impone como imperativo categórico una Mesa de la Tolerancia, la Concordia y la Equidad.
Una Mesa, de la cual participemos cada uno y todos los colombianos despojados de prejuicios ideológicos, políticos, partidistas, de clase, religiosos, de género, y de cualquier otro tipo que no sea susceptible de contribuir a “arraigar en la sociedad colombiana esa conducta civilizada que es la paz”.
Esa Mesa de la Tolerancia, la Concordia, la Equidad, al decir de Antonio Hernández Gamarra, ex Contralor General de la República, diseñador de la misma, debe soportar su primera pata sobre los Siete saberes necesarios para la educación del futuro, propuestos por la Unesco y reconocidos y acogidos por todas las naciones que hacen parte de ONU, como ejercicio de apertura de la racionalidad, que no de la racionalización, a la discusión de las diferencias para no caer en su instrumentalización como doctrina y, consecuentemente, en la confrontación.
Que es, ni más ni menos, cuanto hoy induce a los colombianos a oponer la sinrazón de un conflicto armado de más de cincuenta años, agotado en las dinámicas de dirimirlo por la vía de las armas, a las lógicas de la paz y de la historia.
La segunda de las patas de aquella Mesa que Hernández Gamarra propone, porque la cree necesaria para hacer efectivo el derecho constitucional de la paz, corresponde construirla a la ciudadanía en su conjunto y no solo los protagonistas del conflicto, pues ha sido al colectivo social a quien las múltiples aristas de aquel en su componente de violencia, social, político, económico y humano, ha golpeado incesante y, oh paradoja, de manera incluyente y totalizante.
Esta pata vendría a configurar un ejercicio permanente de pedagogía colectiva por el respeto a la diversidad en cuanto ella tiene de expresión y manifestación de lo ideológico y político, de pareceres opuestos pero no por ello desmerecedores de ese respeto, tolerancia y valoración, en el benéfico provecho de la conciliación y la civilidad.
De la fortaleza y el coraje de poner en tela de juicio nuestra verdad inamovible, de descreerla arrogante y subordinante de las demás que concurren en el escenario de la confrontación de pensamiento y tesis opuestas a esa que asumimos como revelada, la nuestra, debería ser la madera de la cual todos los colombianos construyamos la tercera pata de esa Mesa de la Tolerancia, la Concordia y la Equidad.
Y de esa flora en vía acelerada de extinción, la equidad, nos corresponde imperativamente fabricar la pata más difícil de tornear para su equilibrio y seguridad.
De pulirla en las protuberancias de las desigualdades sociales y territoriales aberrantes, construidas sobre el terreno abonado permanentemente con la sangre de la guerra, el despojo, el desplazamiento.
De la corrupción, el miedo y el terror, impuestos por los poderes que, en lo político y económico, medran impunes de sus inversiones en violencia y despojo.
Querido Antonio Hernández Gamarra, gracias por hacerme llegar anticipadamente el discurso de recipiendario del doctorado Honoris Causa, con el que te honró en reciente fecha la Universidad Nacional de Colombia, y el cual dedicaste a tus nietos con la firme esperanza que ellos, tus nietos, tendrán un “mejor futuro”: vivirán en paz.
De ahí, de tus sabias, iluminantes palabras, adobadas con la vasta ilustración de humanista, filósofo, erudito en diccionarios y palíndromos, discípulo aventajado de Beremundo el Lelo, entresaqué la que, en mi modesto parecer de campesino irredento, es tarea inmediata a emprender:
La Mesa de la Tolerancia, la Concordia y la Equidad, en la cual no habrá plenipotenciarios, bandos, especialistas, enviados de lejanos países.
Seremos en ella, sin faltar uno solo, ¡Todos los colombianos!
Poeta
@CristoGarciaTap
