¡Devastación!
Eso es, ni más ni menos, Hidroituango, hoy o mañana, en manos de los ingenieros o de alguna divinidad, del invierno o del verano, viable o no, eso: ¡devastación!
De quien, o cualquiera sea la culpa, presidente, gobernador, ministros, alcalde, ANLA, EPM: un fenómeno provocado contrariando con perfidia y dolo las leyes de la naturaleza y de las ciencias: de la física, la geología, la morfodinámica, la hidrología, la hidrografía, la pedología, la ecología, la economía, la sociología, la antropología, el derecho de gentes, en suma: un torbellino de agua desatado tragándose incontenible lo humano.
Que todo sea en nombre y por intercesión, gracia y obra del progreso, del desarrollo y la modernidad no es verdad, y jamás lo será que toda la responsabilidad, culpa, penalización y reparación que, de manera imperativa demandan las víctimas de Hidroituango, deba descargarse en lo etéreo.
En un… ¡aquí no ha pasado nada!
En un nunca secamos el río Cauca, jamas horadamos, hasta dejarla exhausta, montaña alguna; nunca desviamos ríos y quebradas, arrasamos bosques, secamos humedales, exterminamos la flora, la fauna, los peces, las nutrias, dantas y guartinajas, las heliconias y los helechos…
Jamás le cortamos las alas al colibrí, ni le cerramos para siempre el pico al loro y a la guacamaya verde y a la oropéndola; jamás ahogamos en sus menudas, emplumadas gargantas, el canto del toche enjalmado y del tucán limón, del hormiguero pico de hacha y del cacique candela y del cucarachero paisa, ni cortamos las flores para que no volvieran a libar las abejas.
Nunca, nadie de nosotros, dirán, escribirán, mandarán a decir y a escribir, a locutar, que aquí había un río, una montaña mansa y sólida y al fondo una undosa quebrada y un macizo de árboles antiguos, casi eternos, poblados de nidos y colores y músicas meciéndose en sus ramas.
De hinojos postrados ante un altar de blasfemias, jurarán no haber visto jamás por estas breñas de arideces perpetuas batir en levedad el azul de sus alas a una sola mariposa.
Ni en los atardeceres y albas de las ciénagas de Ayapel y Guaranda, de Achí y San Jacinto del Cauca, podridas ahora por la devastación, divisar sobre el amarillo granulado de los arrozales en siega de otros tiempos, nubes de garzas blancas flotando imperturbables, picoteando una ración inmemorial que el río que nunca, que jamás existió les traía cada año por estas calendas.
Nadie ose decir, proclamarán sin sonrojarse, que vez alguna hubo aquí un Río, un Cauca, de fragoroso peregrinar / por chorreras / y rocales, / atormentado, / indómito y bravío. / Ninguno, nunca, un río de absintias aguas quietas. /
Jamás, un río del que oyeran decir, fablar, remontar, Aldecoa, Erik Fiúrson, nieto de Leo –viking de río–. Nada que fluyera, ondulara, de lento girar en espirales, / y de cauce limoso, / que pareciera uno y se llamara río, Río Cauca.
Aquí, si algo hubo y queda, parecido a un río por su zumbido hueco, es solo vocerío, / es solo vocerío, / ¡vocerío! Y aguas abajo de la represa, al linde / de las sonadoras sábanas / turbulentas del Bredunco / que otros dicen río Cauca, / 17 municipios que se tragará en el primer sorbo el demonio desbocado de la corriente, y en el segundo todos los peces, hicoteas, garzas, patos, iguanas, plantas, árboles y pájaros, pastos y ganados.
Y luego, 35.000 pescadores, 113.000 vidas de Antioquia, Sucre, Córdoba y Bolívar que, como el Cauca invisible, inexistente, nunca han estado, ni plantado sus huellas ahí, ni vivido, ni bebido el agua lustral de un río que les dio la Vida, los bautizó en sus aguas y multiplicaba sus peces perpetuos.
Y luego, por el instante que existió, lo mandaron que se los tragara a todos, devastara todo y se secara para siempre. En su lecho, en la historia y la memoria.
Pero matar, extinguir, asfixiar, ahogar la Vida no es el progreso, no es el desarrollo, no es la modernidad, que transita la sociedad contemporánea allende tus riveras, geografías, flora, fauna, paisaje, identidad, origen, oh, tú, / Bredunco, / ¡oh, Río!, inmolado en el altar de la blasfemia.
* Poeta.