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Sin mermelada no hay gobierno

Cristo García Tapia

04 de octubre de 2018 - 12:00 a. m.

Esa premisa es falsa. Y la gobernabilidad del presidente Duque no está en riesgo.

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Ni la seductora y adictiva golosina va a trocar sus abundantes y empalagosas raciones por cero mermelada como lo prometió, juró y corearon ufanos sus aliados en campaña, candidatos al Congreso de la República, que ocurriría en su gobierno.

Y mucho menos, colombianos descrestados con la altisonante promesa, por participación en la construcción de un nuevo país, que no por partidas regionales, cupos indicativos, burocracia pura y alta, como es del tenor del sistema.

Cuanto sí es cierto es que hoy la mermelada fluye con la misma viscosidad, peso, textura y velocidad que ha fluido, de Pastrana Arango para acá, incontenible, endulzante y enriquecida con nuevos sabores, olores, colores, nutrientes, calorías de alto valor agregado y demanda creciente.

Y más temprano que en cualquier otro gobierno, en este de Duque se implementó el mecanismo, la vía asfaltada y expedita de los talleres Construyendo País, que no vienen a ser nada distinto que la gran despensa desde donde se repartirán cada sábado las raciones de mermelada correspondientes a los congresales que, al decir de ellos, representan a “sus” regiones.

Esta de Duque es una mermelada que tiene una característica muy particular: a quien siendo congresista, senador o representante, jefe de partido o facción no se le darán puestos en esta primera prueba de adaptación al nuevo recipiente, sabor y peso de la mermelada, pero tampoco se le quitarán los que traía del recién fenecido octenio de Santos, con lo cual se asegura la contraprestación en gobernabilidad, votos o cualquier ardid que requiera el presidente en el Congreso para aprobar sus proyectos y reformas.

Clientelismo de fina ley, que es el nombre genérico registrado para el adictivo producto que el ministro Echeverry bautizó con el goloso y empalagoso apelativo de mermelada, y luego Carrasquilla, el de los bonos sin agua, en los días de la abundancia y el trueque a manos llenas de potes de aquella adictiva confitura, trapicheó por leyes a futuro que beneficiaran intereses particulares.

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De modo tal que el cuento de la gobernabilidad en entredicho es otra falsedad, tal vez estrategia publicitaria para generar audiencia, producir impacto mediático y la consecuente solidaridad instantánea que suele despertar en el ciudadano la adulterada debilidad de un gobierno, al presentar como una conjura, ataque u oposición en su contra, una reacción programada para producir el efecto deseado y concitar en su favor apoyos y adhesiones.

Y quien quita que los jota jota de otros tiempos, fletados esta vez por algún generoso e innominado fantasma de la contratación transnacional, estén, a espaldas de Duque por supuesto, armándole la película de terror de la ingobernabilidad para justificar promesas incumplidas, fracasos estruendosos por incompetencias, combates con molinos de viento, y cuanto espejismo es susceptible de hacer ver enemigos y demonios por doquier.

Si llegare a darse el siniestro de gobernabilidad en el gobierno de Duque, siniestro llamamos los aseguradores a la ocurrencia del riesgo, no es verdad que su causa eficiente sea la eliminación de la mermelada que se produce en las cocinas de la Casa de Nariño y se reparte en el Congreso de la República vía Construyendo País, una versión de Sábados Felices pero edulcorada, porque aquella ni se ha acabado ni ha dejado de producirse un solo día.

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Las razones y causas de esa muy lejana posibilidad de ingobernabilidad son otras y habrá que buscarlas con más objetividad, ponderación y al margen del deseo.

* Poeta.

@CristoGarciaTap

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