Nuestro idioma parece particularmente propicio para los juegos de palabras, ha dicho Augusto Monterroso.
Y, parodiando la hosca cotidianidad de nuestra institucionalidad y sus muy diestros y avezados contingentes, para los juegos siniestros. De toda clase y tenor.
Uno de estos días, como cualquier Simón nostálgico y pesaroso, ya declinando la tarde y con el mar Caribe y la impoluta Sierra Nevada al frente, con Antonio Hernández Gamarra nos entregamos, a la par que al del nefasto de la corrupción incontenible en la institucionalidad, al comentario del ocioso juego que son “esas palabras o frases que pueden leerse igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda”.
Y como en un tropel de memoria recobrada, el mundo empezaba exactamente, ni un centímetro más, en: anita lava la tina, y acababa exactamente, ni un centímetro menos, en: dabale arroz a la zorra el abad.
Ningún otro vestigio de mundo conocido, o por conocer, nos aventurábamos a indagar por estos lugares del más reciente inventado por las palabras.
Ni siquiera sabíamos que un poco más allá de nosotros, casi rozándonos, dabale amor a roma el abad. Y, a la vuelta del otro mundo, ignorado e inexistente, pero abundante en sonidos, ruidos y algarabías, alguien en su mudez de alma pregonaba desamparado: yo sonoro no soy.
En tanto Eva, extraviada en la más tentadora de las desnudeces clamaba hasta el martirio en su desolado paraíso porque Adán no cede con nada.
Y acullá, un tal Diógenes, atormentado y maltratado porque la corrupción se extendía incontenible por sus pagos, salía en cueros y vociferando por las calles, como anima en pena, son robos no solo son sobornos.
Y se metía en un barril.
Que estos artificios maravillosos de nuestro idioma estén inventados y ya no quede uno por hacer, no fue siquiera preocupación o pasatiempo en el cual nos detuviésemos a pensar.
Nos bastó comprobar que éramos curiosamente felices descubriendo esas cortas obras maestras inventadas por Lanzini, que hasta nos compadecimos compungidos de él.
Por el tiempo y el esfuerzo invertidos en esa urdimbre de pensamiento y palabras. De decir en tan poco tanto; de figurar en miniatura el más ciclópeo de los pensamientos; el más portentoso brinco de ideas, salta Lenin el atlas, sin empañarlas con el fango del sectarismo o la exclusión.
Ahí fue que descubrimos que no solo anita lava la tina, también Anás usó tu auto, Susana; diciéndole al más cercano y familiar de la parentela, si lo vemos llorar, amigo, no gima.
Y a las empalagosas y delirantes creyentes, Damas, oíd a Dios amad, si es que alguna vez a tales de esas, entre las agonías de la fe y la enajenación, no fue que se le dio por increpar al primero de la especie: Somos laicos, Adán; nada social somos.
Y en ese ver y contemplar la noche fondeada de estrellas en el Caribe, supimos de otros en otros tiempos, tierras y cielos, dedicados en pensamiento y palabra al arte de las palíndromas.
Y vimos, en la nave de Víctor Hugues surcando la noche, al grandulón y tierno de Cortázar que no dejaba de crecer y nos ataba: Átale, demoníaco Caín, o me delata.
Y a Beatriz oímos implorando los quemantes efluvios para su amante: Etna da luz azul a Dante.
Y al que corría en bolas por las calles, y exclamaba a gritos, son robos no solo son sobornos, amargamente vociferar contra los indiferentes: ¡Acá, caca!
Poeta
elversionista@yahoo.es
@CristoGarciaTap