Desde el más alto, pasando por los medianos y los más bajos y a una, todos, cuanto más queremos y deseamos con fervoroso clamor los colombianos es la paz.
Tanto y de manera tan ya, que se ha vuelto lugar común, lluvia sobre mojado, este clamor colectivo por ese “objetivo común”; por una convivencia pacífica, incluyente, humanizante, efectiva, entre colombianos de todas las clases, profesiones de fe y credo político, condición socioeconómica y origen étnico y racial.
Pero nada que dejan llegar ni materializar en sus múltiples manifestaciones y realizaciones ese estado natural del ser; ese derecho original, legítimo y constitucional, la paz, apenas restaurado por un reciente e histórico Acuerdo entre los protagonistas, Estado y guerrillas, de tan morboso estadio de guerra, violencia y despojos padecido por más de medio siglo.
Ese “objetivo común” al que uno de los altos, David Bojaninini, Presidente del Grupo Sura, como un colombiano más, con firme y determinante convicción patriótica, suma también su clamor por la materialidad de “tener un país en paz”, no ésta de papel que estamos padeciendo cooptada por la “polarización”, “la ilegalidad”, la corrupción; por las “coyunturas del día” oscilando entre el nocivo, manipulado “Sí y No”.
Por las estrategias y acciones mediáticas direccionadas por facciones y grupos de diversa catadura, ya políticos e ideológicos, ora mafias, carteles, bandas criminales, entre otros, con intereses notoriamente opuestos a la paz e incontrolables hasta el punto de dominar territorios, la economía y la administración pública, interferir en las políticas de derechos humanos y de seguridad, a cuya vergonzante caridad exponemos los colombianos nuestras familias, vida, honra y bienes, por humilde, sencilla y pocos que sean unas y otros.
Y eso, es no “tener un país en paz”, no vivir el país que queremos, que nos pertenece a todos y que no estamos dispuestos a dejar que nos desplacen y despojen de él.
Ni David Bojanini, ni yo, ni tú, ni nuestras familias, ni el moto taxista ni los vendedores de papayas, guineos y aguacates por las calles y barrios de nuestras ciudades, ni nuestros vecinos de apartamento e hipotecas, ni mis hermanos ni mi madre de cien años, porque, todos a una, cuanto más queremos y deseamos con fervoroso clamor de colombianos es vivir, compartir en paz.
Ni el presidente Duque, ni Uribe, ni el Grupo Sura, ni el banquero ni el industrial, ni el ganadero ni el hacendado, ni el campesino ni el jornalero, ni el obrero ni el sacerdote, ni el militar ni el policía ni el guerrillero desmovilizados.
Ningún colombiano. Ni el profesor ni el estudiante, ni el músico ni el bailarín, ni la Poesía ni el poeta. Ni la JEP ni la Corte Suprema, ni los magistrados y jueces, ni los presos y condenados. Ni la derecha ni la izquierda, ni el centro, ni los sin partido. Ni el congreso. Ningún colombiano…
Ni uno solo, hombre o mujer o población lgbti, vamos a permitir que los violentos, los criminales, las mafias, la corrupción, los carteles, la guerra, nos desplacen, nos arrebaten Colombia, nos conviertan en parias.
Nuestro derecho a la paz es inalienable e imprescriptible y como tal vamos a defenderlo; a hacerlo prevalecer por encima de la sórdida conjura que urden contra ella fuerzas oscuras con poderosos intereses en el negocio de la guerra y la violencia.
A una, a todos los colombianos nos convoca el imperativo histórico de vivir y “tener un país en paz”.
Y por él, por Colombia en paz, por nosotros los colombianos en comunión pacífica y sin exclusiones ni discriminación, levantamos nuestros corazones.
* Poeta.
