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Es de entender que es un bien de todos los colombianos sin excepción la paz, y no un logro histórico individual y exclusivo del presidente Santos.
O de las Farc-Ep, el ejército revolucionario levantado en armas que, por más de medio siglo, confrontó al Estado a lo largo y ancho del territorio nacional y hoy, convertido en partido político con asiento en el Congreso de la República gracias al Acuerdo de Paz, da el gran salto cualitativo de la lucha armada a la civilidad democrática y la participación ciudadana activa.
Por tanto, más allá de las circunstanciales consideraciones de orden político, ideológico, étnico, cultural, de clase, partido o fe, que profesemos unos y otros como individuos o colectividad, la paz es de y pertenece a todos los colombianos y su posesión, goce material y emocional, debe y tiene que estar sin excepción garantizado para todos por el Estado.
Un bien público inextinguible, colectivo, proindiviso, del cual ninguno debe sentirse excluido como beneficiario natural que es de ese derecho superior autónomo del cual nos privó la guerra por tan largo periodo y hoy, gracias a la determinación histórica del dialogo entre las partes confrontadas, empezamos a disfrutarlo sin trabas ni limitaciones que nos impida ejercerlo a plenitud.
Como tal, y bajo la premisa incuestionable de convivencia y fraternidad en paz, todos los colombianos tenemos el imperativo categórico de defender y evitar hasta el sacrificio que cuanto a cada uno y a todos los colombianos costó una cuota gravosa en vidas sacrificadas, en tranquilidad alterada, en la economía, el desarrollo y el progreso estancados, acabe en las cloacas de la violencia fratricida; en el despojo y aniquilamiento de una nación renacida bajo el benéfico auspicio del nunca más la guerra.
La paz es nuestro estado natural, el clima ideal para consolidar nuestro destino histórico de grandeza y avanzar en la prosperidad y el crecimiento económico; en el desarrollo humano, social y político con equidad, inclusión y sin la discriminación aberrante que hoy hace de la nuestra, una de las naciones con los más altos índices de desigualdad en el planeta, dolencia que la expone de manera constante a recaer en el severo trauma del conflicto que el acuerdo de paz logró contener y que, de no cumplirse puntual en sus componentes de reparación efectiva y permanente en lo social, es de dolernos que volverá con más fuerza e intensidad.
Por eso y para que eso, la guerra que devasta y consume, la inseguridad y la incertidumbre que ponen en riesgo la inversión, no vuelvan con más ímpetu e insaciable sed de sangre de colombianos de todas las condiciones y clases, hay que defender la paz.
Luchar todos por ella para contener unidos cualquier malhadada tentación contra la paz que pueda sobrevenir porque no se tuvo la grandeza en la unidad para superar las diferencias y anteponer a las coyunturas emocionales que asechan en los entresijos del poder, el bien colectivo que la paz entraña y significa.
Y desde la paz materializada y en permanente ejecución en los acuerdos, construir democracia, ciudadanía e integración, entre ese vasto conglomerado de colombianos sustraídos por la guerra, la exclusión y la discriminación que ella trae aparejada, de participar de sus expresiones y contenidos reales.
Deponer las diferencias perniciosas y luchar contra las tentaciones que den en torcerle el cuello a la paz, incumplir los acuerdos y revivir el conflicto, es el deber ser que nos impone la historia a unos y otros. A todos los colombianos por igual.
¡Adelante!
* Poeta.
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