A la lista de nuestros defectos nacionales debemos agregar el síndrome del cangrejo.
Al reciente ‘Usted no sabe quien soy yo’, que entró en la opinión pública colombiana por el paco de honor, y al ya familiar facilismo, debemos agregar el síndrome del cangrejo, igualmente presente en la mentalidad y la vida cotidiana.
Síndrome, porque se trata de un cuadro clínico nacional, con síntomas diversos que reflejan nítidamente una grave enfermedad. Porque el síndrome del cangrejo no es otra cosa que une promoción deliberada de la mediocridad en masa, de envidia, conformismo e irrespeto por el trabajo de los demás, todos vicios que conocemos de cercar pero que no hemos sido incapaces de erradicar.
Para la muestra un botón, una de esas situaciones inesperadas que lo resumen todo porque esbozan un retrato palpable de nuestro comportamiento en comunidad: después de una pregunta a una joven becaria de Colfuturo sobre su trayectoria académica, uno de los presentes se mofa diciendo que el diploma de su maestría lo había encontrado en ‘un paquete de chitos’. Ninguna pregunta sobre sus temas de trabajo, sobre sus ideas, sobre sus proyectos futuros. Ningún reconocimiento a su esfuerzo ni a la institución que juzgó que ella y no otra debía obtener una beca. Nada. Simplemente vergonzoso.
La conversación continúa y el cangrejito de turno, que es un profesor universitario que no se encontró su diploma en ningún paquete pero al que lo condenaron con el sino trágico de la estupidez desde la infancia, le pregunta a la joven de dónde viene. La respuesta provoca una nueva risotada del crustáceo, incapaz de comprender que Bogotá existe como capital de nuestro país gracias al apoyo que todos los habitantes de Cundinamarca le han prestado desde la fundación de la república, es decir, haciendo lo inverso de lo que le dicta su artrópodo instinto. La ironía no basta para obnubilar lo evidente : este tipo de escenario refleja mucho de nuestra mediocridad y de lo difícil que nos resulta recompensar el merito. Mientras estemos en el montón, todo bien.
Arrastrarlos a todos al balde cuando intentan salir de él, como cangrejos, reflejo insigne en el que fuimos educados y que seguimos repitiendo sin darnos cuenta del garrafal precio colectivo que pagamos. Porque nos falta valor se lo negamos a los demás, porque nos ha faltado empuje creemos que los demás no lo tienen, porque el cheque de fin de mes (si llega) ya colma el conjunto de expectativas y paga un buen trajecito y una bonita pantalla de televisión, porque es mejor mantener la media mediocre que promocionar el excepcionalismo. Y a pesar de todo, ¿qué habría sido de la música sin la obstinación de Luis A. Calvo, que salió de Gambita y vivió una y mil peripecias antes de entrar a la Academia musical, o de la historia, sin el maestro Jaramillo Uribe, que también salió de un pueblito y que tuvo que forjar su propia personalidad contra viento y marea antes de interpretar la de Colombia?
Todas las armas del juicio deben servirnos para combatir ese infecto cangrejo que llevamos dentro y que condimenta amargamente la existencia con el conformismo colectivo. Construir un nuevo país dependerá, entre otras cosas, de que seamos capaces de curarnos de este síndrome malevo, aprendiendo a potenciar las capacidades y el talento de los demás, sin mezquindad, superando el conformismo y estableciendo un combate frontal contra quienes buscan arrastrar todo lo que se mueva a la cubeta del facilismo y la estupidez.