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El segundo ciclo de las negociaciones entre el gobierno de Gustavo Petro y el Ejército de Liberación Nacional (Eln) finalizó la semana pasada con la firma del Acuerdo de México que representa un avance significativo frente a los procesos del pasado. No solo retoma, a partir del principio de construir sobre lo construido, en gran parte el acuerdo de agenda de marzo 2016 firmado en Caracas con el gobierno de Juan Manuel Santos, sino que lo actualiza acorde con las realidades de estos tiempos y le introduce elementos sustanciales.
Inicia con un preámbulo que aborda asuntos de fondo, a diferencia de otros que se limitan a lo meramente formal. En primer lugar, define una visión común de paz, basada en hacer real el mandato constitucional de materializar el Estado Social de Derecho, encaminado a superar el aplazamiento reiterado de las requeridas reformas sociales y políticas. Además, fija como propósito central “sacar la violencia de la política” mediante las transformaciones que hagan innecesario el uso de las armas y permitan el paso del Eln a la política legal, que son palabras mayores. Igualmente, enmarca el proceso de diálogo y eventuales acuerdos con el Eln como piezas angulares de un gran Acuerdo Nacional en torno a los cambios que requiere la sociedad colombiana, para darles continuidad y sostenibilidad en el tiempo, lo cual le otorga al proceso de paz con el Eln una importante dimensión estratégica.
El Acuerdo de México incluye también una Nueva Agenda, que ratifica los elementos centrales de la Agenda de 2016, pero agrega temas claves. En primer lugar, incorpora la perspectiva de género, de derechos de las mujeres, de la población LGBTIQ+ y de los pueblos étnicos. Asimismo, a lo largo del texto se hace referencia al medio ambiente, los derechos y cuidado de la Madre Tierra y la crisis global que pone en peligro la vida en el planeta. A diferencia del pasado, el Acuerdo de México no traza “líneas rojas” y por lo contrario abre la posibilidad de examinar el actual régimen político y el modelo de desarrollo. Se prevé un plan integral de transformaciones, a través de la implementación de proyectos específicos del orden nacional y territorial.
Pero quizás lo más significativo es que este Acuerdo ratifica la participación de la sociedad como eje central del proceso, lo cual constituye un modelo distinto de negociación al realizado con las Farc entre 2012 y 2016. Más complejo, tal vez, pero con nuevas potencialidades si efectivamente se logra concitar la participación decisoria, incluyente y democrática de la ciudadanía.
El Acuerdo de México parte del claro reconocimiento del Eln como una organización política militar rebelde, con la que se adelantan diálogos políticos para lograr acuerdos de paz, estableciendo una clara diferenciación con los demás grupos armados que eventualmente se acojan a la política de Paz Total mediante la sujeción o sometimiento a la justicia. Es también de anotar que este Acuerdo se logró con el respaldo y acompañamiento de la Conferencia Episcopal de Colombia y de los países garantes, los países acompañantes y el representante especial del secretario General de la ONU. La decisión de realizar la siguiente ronda en Cuba constituye una justa reivindicación y reconocimiento de desagravio frente a los atropellos cometidos por el gobierno de Duque contra quien ha sido un país amigo histórico de la paz en Colombia.
Son comprensibles las críticas de quienes esperaban cosas más concretas de este ciclo y el justo clamor en los territorios de las poblaciones más azotadas por la violencia y el conflicto armado que piden un inmediato cese al fuego y a las hostilidades. Pero no se debe minimizar lo logrado. Mientras la negociación de la Agenda de 2016 tardó cuatro años, el Acuerdo de México se logró en tres meses y medio. Y el haber definido una hoja de ruta comúnmente acordada no es un asunto menor.
Es también fundamental que lo acordado esté anclado en la realidad y que tanto el gobierno como el Eln afirman acogerse al mandato de cambio de la movilización social de los últimos años de jóvenes, mujeres y comunidades urbanas y rurales históricamente olvidadas. La presencia de la vicepresidenta Francia Márquez en el acto de firma tuvo un simbolismo poderoso, pero sobre todo impactaron sus palabras, desde su experiencia de lucha y resistencia, de hondo contenido, sabiduría, lucidez y contundencia. Mirándole a los ojos les dijo a los elenos que “sacaran las armas del camino”. Les pidió a las partes que no se levantaran de la mesa hasta no lograr acuerdos. Afirmó que la guerra ha tenido “rostro de hombre”. Y finalizó invocando a los niños y niñas, las generaciones del futuro, para advertir que no tengamos que decirles que fracasamos en acabar con esta guerra.
Ojalá sus sentidos mensajes, que recogen el querer de millones de compatriotas, sean atendidos y que en los próximos ciclos los loables propósitos trazados en el Acuerdo de México empiecen a materializarse en cambios reales en la vida de las personas más afectadas por la guerra y le envíen señales claras al país, mayoritariamente escéptico con la paz, que se abre una gran oportunidad para avanzar hacia el cierre, por fin, de un conflicto armado de casi ocho décadas.
* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y director de Planeta Paz.
