“Legalize it, don’t criticize it” - Peter Tosh, 1976
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La decisión por parte del presidente Joe Biden de perdonar a los convictos por posesión de marihuana a nivel federal mandó un mensaje muy poderoso. Si bien la medida solo cobijó alrededor de 6.500 personas, en un porcentaje altamente desproporcionado de afros y latinos, es una clara señal que Estados Unidos, otrora adalid del prohibicionismo, se encamina hacia la legalización de la marihuana.
El proceso comenzó hace tiempo. La Organización Nacional para la Reforma de las Leyes de Marihuana, conocida por sus siglas en inglés NORML, fue fundada en 1970. Pero fue hasta 2012 que Colorado se convirtió en el primer estado en legalizar el cannabis. Pasaron algunos años mientras los demás estados observaban la experiencia antes de replicarla. Hoy, 19 han legalizado el uso recreativo y 37 el uso medicinal (entre ellos Misisipi y Montana, profundamente conservadores), en su mayoría en los últimos cuatro años. Como candidato Biden se comprometió con la legalización a nivel federal, y aunque la medida reciente aún no cumple con lo prometido, es un paso importante.
En Colombia, la decisión de Biden coincidió con la aprobación en segundo debate por parte de la plenaria de la Cámara de Representantes, de la regularización del cannabis de uso adulto, mediante el Acto Legislativo 002 de 2022, que modifica el artículo 49 de la Constitución. Se trata sin duda de una decisión trascendental y altamente positiva. Es además una muestra de soberanía y autonomía, siguiendo los pasos de Uruguay, quien en 2013 fue pionero en América Latina, como Colorado en Estados Unidos.
La feliz coincidencia de los virajes históricos de las políticas de Estados Unidos y Colombia frente a la marihuana es de inmenso valor. Especialmente en el marco de la nueva política de drogas que lidera el presidente Gustavo Petro, como elemento central de la agenda binacional, sobre la base del fracaso evidente del prohibicionismo. Si bien subsisten diferencias y asuntos por precisar entre los dos países, son muchas más las afinidades que existen entre lo planteado por Petro en materia de drogas y el enfoque holístico que promueve la administración Biden.
Sin embargo, es pertinente recordar que por significativos que sean estos pasos en los respectivos países en relación con el cannabis, poco tienen que ver con las redes internacionales de narcotráfico. La inmensa mayoría del cannabis que se consume legal o ilegalmente en Estados Unidos proviene del propio país, mientras que el que llega del exterior constituye cada vez una menor parte del mercado. Según Grand View Research, el mercado legal de la marihuana en Estados Unidos fue de US $10,8 mil millones en 2021, tiende a crecer y el uso medicinal es superior al recreacional e industrial.
Actualmente el narcotráfico en Colombia se mueve en torno a la cocaína, no la marihuana, como en las épocas de la bonanza marimbera de los 1970s. Por tanto, la legalización del cannabis poco lo afectará y mientras la cocaína siga siendo ilegal en Estados Unidos, y el mundo, el narcotráfico continuará. Sin duda, la cocaína es un asunto muy distinto a la marihuana, mucho más complicado, tanto del punto de vista de la salud pública como de la severidad de las penas. Por ello, es clave seguirle la pista al estado de Oregón que hace un año se convirtió en el primero en despenalizar el uso de la cocaína y otras drogas duras. Así como sucedió con Colorado y el cannabis, es posible que otros estados, según cómo le vaya a Oregón, más adelante le sigan los pasos, aunque seguramente tardaría años, si acaso esto llegara a suceder.
Cambiar la política prohibicionista de drogas en el mundo es un propósito acertado, loable y necesario, pero no será fácil ni rápido y requiere ir de la mano de políticas en salud pública. Los pasos que está tomando Estados Unidos en relación con el cannabis son significativos, dado el papel determinante que jugó en la Convención Única de 1961 que elevó el prohibicionismo a nivel mundial. Sin embargo, hoy los más fervientes defensores del prohibicionismo son China, Rusia, Irán, Turquía, los países árabes, africanos y asiáticos. Además, con la guerra en Ucrania, la crisis energética en vísperas del invierno y las perspectivas de una recesión mundial, la política de drogas no es una prioridad para la comunidad internacional. Esto no significa que hay que desistir. Todo lo contrario, hay que insistir, pero conscientes de que el camino es duro y largo.
La investigación científica ha demostrado que no es cierto que el uso de marihuana sea el primer paso hacia la adicción a otras drogas más duras, como durante años argüían los opositores. Pero quizás sí puede resultar cierto que la legalización del cannabis es el primer paso hacia la legalización, en el largo plazo, de la cocaína y demás drogas duras.
* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y director de Planeta Paz.