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Por Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo solo tengo profundo respeto e inmensa admiración. Considero que el Acuerdo Final de 2016 entre el Estado colombiano y las Farc que ellos ayudaron a forjar significó un paso fundamental, reconocido por el mundo entero, hacia la superación de nuestro conflicto armado, que en su momento, en una columna en este mismo espacio, califiqué como “mejor imposible”.
Pero desafortunadamente la forma en que ellos han presentado sus cuestionamientos a los actuales diálogos con el Eln ha servido para que los medios de comunicación presenten un enfrentamiento entre los dos procesos que es a todas luces inconveniente, innecesario y contraproducente. Es además una discusión improcedente por una simple razón: cada proceso de paz es diferente a los demás. Si bien el estudio comparativo de las diversas experiencias es muy útil para identificar similitudes y extraer lecciones, cada caso es único e irrepetible. Por tanto, no hay reglas ni fórmulas de aplicación universal.
Por ejemplo, el principio “nada está acordado hasta que todo esté acordado” fue significativo para haber logrado la integralidad del Acuerdo Final de 2016. Pero hay también ejemplos en otros lares de la puesta en práctica, con buenos resultados, de un principio distinto. La paz en El Salvador se construyó a partir del Acuerdo de San José (26 julio 1990) sobre los Derechos Humanos, un acuerdo parcial de aplicación inmediata, que sirvió para generar confianza entre las partes y permitió avanzar luego hacia el Acuerdo de México (27 abril 1991) sobre reformas constitucionales en materias como tierras, justicia y sistema electoral, y después el Acuerdo de Nueva York (31 diciembre 1991) que incluyó la reforma de las Fuerzas Armadas. Los anteriores acuerdos parciales fueron recogidos en el Acuerdo de Chapultepec (16 enero 1992) que puso fin a la guerra civil. El principio “acuerdo pactado, acuerdo implementado”, que se propone aplicar ahora con el Eln, se asemeja, con sus particularidades, a la experiencia salvadoreña.
En el caso colombiano, el actual proceso con el Eln es muy diferente al anterior con las Farc por varias razones.
En primer lugar, el Eln no son las Farc. Por historia, ideología, geografía y forma de organización, se trata de dos guerrillas muy diferentes, que también tienen visiones distintas frente a la paz. Desde 1996, tiempos en que yo estaba a cargo de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, el Eln ha insistido en otorgarle a la participación de la sociedad el protagonismo central en la solución política, que en ese momento denominó la Convención Nacional, propuesta que ha mantenido, en su esencia, pero sin ese nombre, hasta hoy, lo que constituye un modelo diferente a la negociación bilateral que caracterizó los procesos con las Farc.
En segundo lugar, Petro no es Santos. Ser el primer gobierno de izquierda en la historia colombiana, que impulsa grandes reformas, cambia sustancialmente la ecuación de la paz y borra de por sí las “líneas rojas” de antaño. Por tanto, incluir la revisión del modelo de desarrollo en la nueva agenda del Acuerdo de México (10 marzo 2023) no es un “golazo” de los elenos, como equivocadamente lo han calificado, sino un compromiso del gobierno, expresado en el Plan Nacional de Desarrollo “Colombia: potencia mundial de la vida”, que incluye transformaciones significativas frente al neoliberalismo imperante, como la definición de la salud como un derecho fundamental y no una mercancía, o frente al concepto de desarrollo, con la transición energética y la seguridad alimentaria, para solo mencionar algunos ejemplos.
Y, en tercer lugar, el conflicto armado es hoy más complejo que antes, con múltiples grupos armados, nuevos y viejos. Por su parte, el Eln está mucho más fuerte, tanto en armas como en recursos y en presencia territorial.
El proceso de paz con el Eln es efectivamente una apuesta ambiciosa. La participación de la sociedad tiene gran potencial, pero ofrece inmensos desafíos. Así como hay un clamor en los territorios en contra de la guerra, hay también un agotamiento en la sociedad con la paz. Enmarcar el proceso con el Eln dentro de un gran Acuerdo Nacional es estratégico, pero es más fácil decirlo que hacerlo. De todas maneras, como alguien que ha lidiado durante décadas en asuntos de paz, no dudo en afirmar que, si bien los retos son inmensos y el camino no será sencillo ni rápido, nunca se había avanzado tanto con el Eln como ahora.
Esto no quiero decir que no deben hacerse críticas ni expresar reparos. Comparto con Humberto y Sergio la preocupación frente a las demoras y dificultades en la implementación del Acuerdo Final de 2016, lo cual además de sus graves consecuencias para los firmantes y sobre todo las comunidades en los territorios, manda un mensaje nefasto al Eln de incumplimiento estatal. También tengo dudas frente a la Paz Total, en particular la falta de distinción entre diálogos políticos de paz y las negociaciones jurídicas para el sometimiento a la justicia, empezando por cómo se nombran los grupos armados, como lo advertí en una columna reciente. Pero una cosa son las críticas constructivas y otra las garroteras improductivas en los medios de Acuerdo con las Farc vs. diálogos con el Eln.
Por supuesto que se deben aprender de las experiencias del pasado, tanto de los éxitos como los errores. El hecho de que sean dos guerrillas distintas, en dos momentos diferentes, no significa que no estén en el mismo país y dentro de la misma realidad. El proceso Petro-Eln lleva apenas unos meses y en esta etapa inicial será prioritario marcar su propia huella. Pero en la medida en que avance, es inevitable que el Acuerdo Final de 2016 sea un referente obligatorio.
Por ello, en hora buena el presidente Petro se reunió con Rodrigo Londoño y se comprometió a realizar visitas a las ETCR, así como con el expresidente Santos, con quien acordó un encuentro esta semana en Cartagena entre los respectivos equipos. El momento actual requiere más que nunca que quienes se han dedicado a trabajar por la paz echemos cabeza juntos para sacar por fin a este país de la guerra.
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A propósito de lo dicho arriba, aplaudo que el presidente Petro, al referirse al Clan del Golfo, haya dejado de usar el apelativo con el cual se autodenominan. Incluso, en entrevista con la revista Cambio, al utilizarlo Daniel Coronel, lo corrigió afirmando: “los gaitanistas no hacen eso”. ¡Bravo presidente!
* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y director de Planeta Paz.
