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Difícil imaginar una semana más intensa y agitada política y mediáticamente que la pasada. Inició con los explosivos audios de Benedetti y cerró con los acuerdos con el ELN en Cuba y el júbilo nacional por el rescate de los niños en el Guaviare. Más allá de los vertiginosos cambios en los ciclos noticiosos y los saltos bruscos en el estado anímico nacional, lo mucho que sucedió en tan pocos días es un reflejo de la complejidad del momento, propia de todo proceso de cambio.
Los efectos jurídicos del escándalo desatado por Benedetti se conocerán en el mediano y largo plazo, mientras que los efectos políticos se verán en estos días de recta final de legislatura en el Congreso. Sin embargo, en cuanto a las dudas acerca de la gobernabilidad, el respaldo del Departamento de Estado al gobierno de Gustavo Petro tiene un inmenso valor. Pero más allá de las especulaciones sobre posibles desenlaces de la crisis, para mí la noticia de mayor relevancia llegó desde Cuba, con los avances en el proceso de paz con el ELN que, en medio de esta coyuntura compleja, adquiere una nueva dimensión estratégica.
Los acuerdos de Cuba son históricos. La participación de la sociedad en la construcción de la paz constituye un modelo de solución política distinto a los procesos anteriores. El cese al fuego bilateral nacional y temporal supera los del pasado en duración, en elaboración técnica y, sobre todo, por concebirse como parte de un proceso de desescalamiento del conflicto que debe, ojalá más pronto que tarde, ampliarse a la cesación de hostilidades, ya que es inconcebible incentivar la participación de la sociedad si no se suspenden acciones en su contra.
Estos anuncios marcan un proceso muy diferente a los anteriores. Al volcar el protagonismo central sobre la sociedad mediante la creación del Comité Nacional de Participación, una instancia especial transitoria, creada y coordinada por la Mesa de Diálogos de Paz, se le imprime un carácter diferente. La participación debe tener en su centro “la voz de las comunidades, pueblos y territorios urbanos y rurales” y estará encaminada a la superación definitiva del conflicto armado interno, sustentada en la implementación de las transformaciones de las condiciones que lo han originado para “sacar la violencia de la política”. Se establece un cronograma riguroso de fases y fija la fecha de mayo 2025 para la firma de acuerdos sustanciales sobre democracia y transformaciones para la paz, lo cual denota el reconocimiento con realismo de los tiempos políticos. Para el ELN, que ha insistido en que su proceso es distinto a los demás planteados en la “Paz Total”, se abre la oportunidad de imprimirle una dinámica que con los hechos así lo demuestre. Asimismo, si bien es válido que se reclamen transformaciones para el país, también el ELN debe transformarse acorde a las nuevas realidades.
Pero lo más significativo es que todo lo anterior debe encaminarse hacia un Gran Acuerdo Nacional. Sin duda, de lograrse, brindaría a las transformaciones requeridas una mayor garantía de sostenibilidad en el tiempo. Sin embargo, del dicho al hecho hay mucho trecho. En efecto, el Acuerdo Final de 2016 entre el Estado colombiano y las FARC contemplaba un Pacto Nacional por la Paz, pero la lógica del plebiscito y sobre todo el resultado lo mató. No obstante, el propósito sigue siendo válido y necesario. Ante las actuales circunstancias del país se debe evitar la profundización de la polarización y encontrar consensos amplios sobre asuntos vitales para la sociedad colombiana en su conjunto.
La ceremonia de firma de los acuerdos estuvo cargada de poderoso simbolismo (recomiendo verla completa). La presencia y las palabras de Antonio García, sentado al lado de Gabino, mandaron un mensaje contundente de unidad al conjunto del ELN y toda la familia camilista, pero sobre todo al país que suele percibirlos divididos. El discurso del presidente Petro fue extraordinario, uno de los mejores que le he escuchado, tanto por el momento como por el contenido. Invocando a Jaime Báteman, Camilo Torres y Carlos Pizarro, entre otros, ubicó el actual proceso en una perspectiva histórica e invitó al ELN a cerrar el ciclo de las guerras revolucionarias en América Latina. El hecho de que haya sido en La Habana, con la presencia del presidente Miguel Díaz-Canel, le dio un valor especial y sirvió como un acto de resarcimiento por los altos costos que Cuba ha pagado por su apoyo solidario por décadas a la paz de Colombia.
Lo cierto es que Colombia está cambiando hace rato. La propia elección de Petro, así como las dificultades que su gobierno actualmente está enfrentando, son síntomas, frutos de un país que se mueve. El mundo también está cambiando y la humanidad enfrenta nuevos retos planetarios. Estos momentos requieren nuevos conceptos, paradigmas y gran creatividad colectiva.
El proceso de paz con el ELN por supuesto que no resuelve la crisis ni puede ocultar su gravedad, pero sí traza un horizonte de acuerdos que abre grandes posibilidades y a la vez presenta desafíos inmensos. Convocar a la sociedad colombiana, hoy polarizada, confundida y decepcionada con la paz, no es tarea sencilla. Pero también es cierto que cerrar la historia de guerra y violencia es un anhelo compartido. Si bien las y los colombianos miran el futuro con gran incertidumbre, también lo hacen con mucha esperanza. El rescate de los niños después de 40 días perdidos en la selva nos recuerda que los resultados inesperados sí son posibles, más que por un milagro, gracias a la persistencia y perseverancia en medio de la adversidad.
* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y director de Planeta Paz.
