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Los resultados electorales del pasado 13 de marzo han sido ampliamente analizados, reseñando su significado histórico. Pero uno de los aspectos más de fondo de la jornada está relacionado con el propio sistema electoral colombiano, tan cuestionado por todos los flancos.
Los primeros ataques provinieron de las filas del petrismo, que por redes pusieron el grito en el cielo, evocando el fraude del 19 de abril 1970. Luego, la propia Registraduría reconoció problemas y días después anunció que el Pacto Histórico había aumentado en tres su ya histórica bancada en el Senado. Para finales de la semana, era ahora Uribe, cuyo partido fue el gran derrotado, sugiriendo que los resultados no se podían aceptar. Al respecto, fue más cuidadosa y acertada Alejandra Barrios, directora de la MOE, que desde el comienzo advirtió sobre la necesidad de diferenciar entre las muchas irregularidades detectadas y un posible fraude, del cual no había hasta el momento evidencia.
Sin duda, el sistema de votación en Colombia es arcaico, complicado y especialmente engorroso, con sábanas llenas de números y logos, que se prestan fácilmente para equivocaciones en su diligenciamiento y conteo. A eso se suman problemas en el diseño de los formularios E14 que aumentaron las inconsistencias. Fue gracias a la presencia de miles de observadores del Pacto Histórico en los diversos puestos de votación, coordinados por Roy Barreras, conocedor de la mecánica electoral, que se lograron identificar las fallas. Pero una cosa son los errores masivos que terminaron siendo corregidos, y otra muy distinta, la manipulación malintencionada y coordinada a nivel nacional para alterar el resultado, es decir, el fraude. Como lo señaló la MOE, no hay evidencia alguna de fraude y los hechos revelan que, si hubiera existido, fue mal planeado, peor ejecutado y en últimas contraproducente.
La credibilidad de la organización electoral es un asunto serio. Por ello, hace mucho daño ponerla en tela de juicio sin fundamento o en base a campañas de desinformación y teorías conspirativas. Curiosamente ha sido Andrés Pastrana, hijo del beneficiado del mayor fraude electoral en la historia del país, quien ha venido cuestionando a la Registraduría y alertando sin pruebas acerca de la intervención rusa y venezolana. El propio presidente Duque se refirió al asunto, junto con la Subsecretaria de Estado estadounidense Victoria Nuland, que, de manera irresponsable y sin prueba alguna, habló de interferencia “extra continental”, por no decir rusa, en las elecciones colombianas. Por otra parte, Petro escribe en su libro que en 2018 le robaron las elecciones. No me cabe la menor duda de que en esa ocasión hubo compra de votos y que la ñeñepolitica quedó en la impunidad. Pero también estoy convencido de que Duque sí le ganó a Petro, tanto por lo que se escuchaba en la calle como por el hecho de que es imposible que los 2.3 millones de votos de diferencia hayan sido comprados.
Sembrar dudas acerca de los resultados electorales es peligroso, venga de la orilla ideológica de donde venga. En las democracias modernas, basadas en el principio de la alternancia, los perdedores de hoy deben poder ser los ganadores de mañana. Un sistema electoral independiente, transparente, que cuenta cada uno de los votos y produce resultados creíbles y ampliamente respetados debe ser prioridad de todos los sectores políticos, independientemente de la afiliación partidista o inclinación ideológica.
Es evidente que el sistema electoral colombiano necesita una profunda reforma. El Consejo Nacional Electoral, encargado de vigilar a los partidos, está compuesto por representantes de estos mismos: zorros cuidando el gallinero. La credibilidad de la Registraduría venía en declive, especialmente a raíz de las declaraciones del Registrador donde afirmó que los candidatos que consideraban no tener garantías deberían retirarse. Con el espectáculo de las discrepancias en los preconteos, conteos y reconteos, la confianza en la institución sufrió otro duro golpe.
Nuestra democracia es precaria y defectuosa, pero es la que tenemos. Por eso la debemos mejorar y no destruir aún más. Precisamente por su debilidad, hay que estar más vigilantes. Democracias mucho más sólidas han sido golpeadas. En Estados Unidos, Trump logró convencer a un tercio del electorado, sin la más mínima prueba, que le habían robado las elecciones de 2020, a pesar de haber perdido por más de 8 millones de votos, desconociendo la legitimidad de Biden.
Poner en duda el sistema electoral a priori, sin fundamento, allá o acá, solo le abona el camino a los perdedores para que nieguen reconocer el triunfo del ganador.
Gane quien gane la presidencia de Colombia este año, es urgente reformar a fondo el sistema electoral que necesariamente debe ser el resultado de un amplio consenso. Mientras tanto, se debe evitar por parte de todos los contendores cualquier referencia irresponsable y sin fundamento al fraude.
*profesor de la Universidad Nacional de Colombia y Director de Planeta Paz
