Es difícil encontrar una persona más polémica que Piedad Córdoba, lo cual se reflejó con la avalancha de reacciones de todo tipo que su fallecimiento el pasado fin de semana produjo, nacional e internacionalmente. La conocí hace años y tuve el honor de trabajar con ella en diferentes momentos. Valiente y luchadora, nunca se rindió ante los ataques que recibió toda su vida como mujer negra de izquierda, con su turbante emblemático, en un país profundamente conservador, racista, machista e intolerante.
Desde muy joven heredó de su tío abuelo, Diego Luís Córdoba, abogado y político recordado en el Chocó por su lucha precursora por los derechos de los afrodescendientes, su pasión por la política. En los noventa llegó al Congreso, primero a la Cámara y luego al Senado, por el Partido Liberal, pero siempre con ideas de avanzada. Por sus posturas sin tapujos a favor de la salida negociada al conflicto armado fue secuestrada por las AUC y luego tuvo que salir del país. Por esos tiempos, yo también estaba afuera por amenazas de Carlos Castaño y nos encontramos en varias ocasiones en Washington o Montreal, nuestras ciudades de exilio.
En 2003 nos volvimos a ver, siendo yo coordinador político de la campaña de Lucho Garzón a la alcaldía de Bogotá y ella presidenta del Partido Liberal. Fui testigo de cómo logró convencer a la dirección de su partido retirar la candidatura de Jaime Castro para respaldar a Lucho, lo cual fue determinante para su elección como primer alcalde de izquierda por elección popular de la capital de la República.
Como congresista, Piedad se destacó por sus esfuerzos a favor de los sectores excluidos y fue pionera en defensa de los derechos LGBTIQ+. Pero sin duda el tema central de su lucha política a lo largo de su vida fue la paz, lo que en el período de Álvaro Uribe significó convertirse en una de sus más férreas opositoras. Nunca escondió su cercanía con Hugo Chávez. A finales de 2007, Uribe la buscó y la autorizó, junto con Chávez, para adelantar contactos con las FARC en relación con los secuestrados. Pese a que las FARC insistían en el canje, la gestión de los dos logró la liberación unilateral de seis secuestrados que llevaban años en cautiverio, un primer paso con hondas repercusiones. Si bien a comienzos de 2008 Uribe revocó dicha autorización, Piedad no se dio por vencida y se dedicó a promover un acuerdo humanitario, impulsó la creación de “Colombianos y Colombianas por la Paz” y continuó gestando más liberaciones unilaterales, con lo cual se ganó el aprecio de los liberados y sus familiares.
También fue objetivo de persecución política. En 2010 fue destituida como senadora e inhabilitada por el procurador-inquisidor Alejandro Ordóñez, medidas que por su carácter claramente ideológico y no jurídico fueron revocadas y revertidas por el Consejo de Estado en 2016. Asimismo, en 2022 el Tribunal Administrativo de Cundinamarca confirmó la condena a la Presidencia de la República y al extinto DAS por el perfilamiento, seguimiento e intercepciones ilegales realizadas en su contra entre 2005 y 2008.
Para mí, sin duda lo más significativo de ese período fue la labor que Piedad cumplió de manera diligente y sigilosa durante años, que ha sido desconocida, tergiversada o malentendida, no sólo para lograr que continuaran las liberaciones unilaterales, sino sobre todo para persuadir a las FARC de abandonar al secuestro. He podido constatar por múltiples testimonios que el papel que ella desempeñó fue clave en hacerles ver que el costo político de la innoble práctica era de lejos muy superior a los réditos económicos. Por supuesto, no fue obra exclusiva de ella y en últimas fue Alfonso Cano, para ese entonces comandante, el otro héroe olvidado de la paz, quien convenció al Secretariado de las FARC de la necesidad de renunciar al secuestro, determinación que se anunció al país en febrero 2012, poco después de su muerte. Dicha decisión fue fundamental, no solo por el sentido humano y humanitario, sino porque abrió el camino a los diálogos, sacando de la agenda el tema espinoso del secuestro para centrar las negociaciones en asuntos de trascendencia como la reforma rural integral, entre otros, una lección que bien le serviría al ELN en estos tiempos.
Tristemente, los últimos años de Piedad fueron obnubilados por varios escándalos: los dólares en Honduras, las relaciones con Alex Saab y, sobre todo, la extradición de su hermano, quien hace poco se declaró culpable de narcotráfico ante los tribunales estadounidenses. Sin duda, Piedad cometió errores y quedan muchos interrogantes pendientes. La última vez que la vi la encontré, por primera vez, afectada y achicopalada. Creo que el presidente Petro tiene algo de razón cuando afirma que “su cuerpo y su mente no resistieron la presión de una sociedad anacrónica”.
Pero independientemente y más allá de las controversias, el país le debe a Piedad el reconocimiento y el agradecimiento por toda una vida de lucha por la paz y en particular, en mi concepto, por la labor histórica que cumplió en esa etapa tan difícil pero determinante en la búsqueda, aún esquiva, de la superación de la guerra en Colombia. Gracias y adiós, querida Negra.
* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y Director de Planeta Paz