El triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez el pasado domingo fue verdaderamente histórico en varios sentidos. Recibieron más votos que cualquiera en todos los tiempos, superando los 10,4 millones de Duque hace cuatro años (de hecho, Rodolfo también los superó). La participación electoral alcanzó el 58 %, bastante por encima del promedio histórico de 48 % (aunque no alcanzó el récord de 61% en 1946). Cabe resaltar la participación decisiva de los jóvenes caracterizados antaño por la abstención. Pero sobre todo, se trata del primer gobierno de izquierda en lo que ha sido uno de los países más de derecha de América Latina.
Igualmente significativo fue el discurso de Rodolfo reconociendo los resultados y deseándole suerte al ganador, así como la llamada de Duque a Petro, garantizando la transferencia pacífica y democrática del poder. No solo no hubo fraude, sino que los resultados se conocieron en tiempo récord. Quedaron enterrados los alarmismos apocalípticos de un robo de las elecciones, un golpe de Estado, que el establecimiento no dejaría ganar a Petro. También fue clave el mensaje del Anthony Blinken, secretario de Estado estadounidense, felicitando a Petro y expresando su deseo de trabajar con él. Son palabras mayores.
Afortunadamente el margen (700 mil votos) fue suficiente como para que el resultado haya sido reconocido por todos, aunque también bastante ajustado como para recordarnos que el país sigue dividido en dos. Donde ganó Petro (Bogotá, suroccidente, costas atlántica y pacífica) barrió, superando el 60 %; pero donde ganó Rodolfo (Antioquia, Santanderes, centro y oriente), también lo hizo por encima del 60 %. Por ello, las palabras de reconciliación de Petro la noche del triunfo -que Colombia debe ser una– dirigidas a quienes votaron por Rodolfo y a todos los sectores políticos y sociales, son de un inmenso valor.
Petro logró interpretar la inconformidad y las ansias de cambio de las mayorías y se conectó con millones de personas que se sentían excluidas de la política, los “nadie” como acertadamente los calificó Francia. Su victoria es el resultado de un gran acumulado histórico, como lo recordó Petro, de la Constitución de 1991, de los acuerdos de paz, de generaciones de luchas y resistencias en especial de las organizaciones sociales populares, de los miles que ya no están y dieron sus vidas, desde los años de Gaitán hasta nuestros días, por una Colombia diferente.
Por fin termina una campaña larga y sucia, en la que los insultos y desagravios brillaron más que los debates y las propuestas. Se inicia el posuribismo, lo cual significa no solo el fin del uribismo como fuerza determinante, sino, ojalá, el comienzo de la superación del odio como herramienta política y la descalificación del oponente como enemigo. La propuesta del presidente-electo de llegar a un acuerdo nacional cobra una importancia vital y los consensos emergentes que se evidenciaron en la campaña en torno a la implementación del Acuerdo de Paz, una reforma tributaria progresiva y la renta básica son bases firmes sobre las cuales se debe iniciar.
La tarea por delante es inmensa. Vivimos una crisis social profunda y sin precedentes, con la pobreza y la desigualdad galopantes, en medio de una crisis económica mundial que todo indica perdurará y empeorará. Pero luego de tantos años de guerra fratricida, injusticias estructurales y frustraciones, se abre para Colombia una merecida esperanza de un cambio por los vías institucionales. Por ello, nunca antes había tenido tanto sentido la trillada frase de que triunfó la democracia.
Mucha suerte para Gustavo y Francia, pero sobre todo para los millones de colombianos y colombianas quiénes en últimas somos los responsables de nuestro futuro colectivo.
* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y director de Planeta Paz.