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¡Sandinista!

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Daniel García-Peña
28 de febrero de 2023 - 02:02 a. m.
"La Nicaragua de hoy no tiene nada que ver con ese pasado esperanzador que fue la Revolución Sandinista".
"La Nicaragua de hoy no tiene nada que ver con ese pasado esperanzador que fue la Revolución Sandinista".
Foto: AFP - JAIRO CAJINA
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El 19 de julio de 1979, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) entró triunfante a Managua ante el júbilo de los nicaragüenses. Había caído una de las dictaduras más sanguinarias de América Latina. La dinastía Somoza había gobernado durante más de cuatro décadas con mano dura, primero con Anastasio Somoza, más conocido como Tacho, quien en 1934 había ordenado el asesinato de Cesar Augusto Sandino, líder de la resistencia a la ocupación militar estadounidense, y luego con su hijo, apodado Tachito, quien, a su vez, en 1978 mandó a matar a Pedro Joaquín Chamorro, director del diario opositor La Prensa. Tachito fue tan brutal que hasta el gobierno de Julio César Turbay lo condenó ante la ONU por violación a los Derechos Humanos. Veinte años después de que la Revolución Cubana había derrocado al dictador Fulgencio Batista, una revolución popular había tumbado a otro tirano en América Latina.

El triunfo de los sandinistas fue inmediatamente reconocido por la comunidad internacional, empezando por el gobierno estadounidense de Jimmy Carter y fue tal el entusiasmo generado a nivel mundial que en 1980 el icónico grupo roquero británico The Clash lanzó un LP titulado ¡Sandinista! (para mí su mejor disco). Se estableció la Junta de Reconstrucción Nacional, compuesta por cinco personas, entre ellas Daniel Ortega, Sergio Ramírez y Violeta Chamorro, viuda de Pedro Joaquín, que gobernó el país hasta 1985, cuando Ortega fue elegido presidente y Ramírez vicepresidente. La solidez de la joven democracia se puso a prueba en 1990, cuando Ortega reconoció su derrota ante Violeta Chamorro y la transferencia pacífica del poder parecía demostrar la madurez política de los sandinistas.

Pero hoy esa historia es, sin duda, muy, muy lejana. Por mi parte, los cuestionamientos empezaron cuando tuve la ocasión de conocer a Zoilamérica Ortega Murillo, hijastra de Daniel Ortega, a quien acusó públicamente de abuso sexual en 1998. Su madre, Rosario Murillo, tomó partido a favor de Ortega y la condenó al exilio. La dramática historia de Zoilamérica no sólo me impactó en lo personal, sino que revela la esencia del dueto Ortega-Murillo.

La metamorfosis de Ortega como figura política está marcada por su relación con Murillo. Ella, siendo periodista de La Prensa, lo conoció en los años 70 en el exilio y ha sido su pareja desde entonces. Ha tenido diez hijos, siete de ellos con Ortega. Con frecuencia menciona a Dios en sus intervenciones y desde 1998 preside la Fundación para la Promoción del Amor, FUNDAMOR. En 2005 contrajo matrimonio eclesiástico con Ortega en ceremonia celebrada por el arzobispo cardenal Miguel Obando y Bravo.

Al año siguiente, en 2006, Ortega fue de nuevo reelecto presidente. Una de las primeras cosas que hizo fue promover la prohibición total del aborto, sin prever excepción alguna, echando para atrás una de las legislaciones más viejas y favorables en América Latina frente a los derechos reproductivos de la mujer. Además, inició una persecución sistemática contra la oposición. En 2011 fue reelecto y de nuevo en 2016, ya de la mano de Murillo como vicepresidenta. En 2018 reprimió el estallido social a lo Duque y fue reelecto una vez más en 2021, encarcelando a los candidatos opositores. Mantiene control férreo del FSLN, expulsando a todo disidente. Buena parte de sus más cercanos aliados en la época de la revolución están hoy en la oposición, incluyendo a su hermano Humberto Ortega, otrora ministro de Defensa y comandante en Jefe del Ejército Popular Sandinista, que por sus críticas al régimen ha sido señalado por su hermano dictador como “vendepatria”. Así mismo, Sergio Ramírez, compañero de lucha de Ortega en la revolución, en la Junta de Reconstrucción Nacional y su vicepresidente entre 1985 y 1990, es uno de sus críticos más fuerte y lúcido.

La reciente deportación de 222 presos políticos a Estado Unidos, retirándoles la nacionalidad a 94 de ellos, incluyendo a varios miembros de la familia Chamorro, viola principios básicos de los Derechos Humanos, ha recibido condena internacional y es solo la más reciente muestra del deterioro democrático en Nicaragua.

Por ello, excelente el otorgamiento de la ciudadanía colombiana por parte del gobierno de Gustavo Petro a Sergio Ramírez. Es también de aplaudir la oferta de nacionalidad hecha por Colombia a los demás nicaragüenses que fueron declarados apátridas por Ortega, como igualmente lo han hecho Chile y México.

La Nicaragua de hoy no tiene nada que ver con ese pasado esperanzador que fue la Revolución Sandinista, popular y democrática, y mucho menos con el legado de Cesar Augusto Sandino. La dictadura de Ortega y Murillo no es de izquierda ni progresista, y por lo contario se parece cada día más a la de los Somoza. Así como Tacho mandó a matar a Sandino, Ortega y Murillo parecen estar empeñados en acabar con el legado del sandinismo. Por ello, quienes más debemos condenarlos somos la izquierda democrática que en ese entonces celebramos la revolución y hoy nos aterramos con lo que se hace a su nombre, como homenaje al verdadero sandinismo.

danielgarciapena@hotmail.com

* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y director de Planeta Paz.

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