EL DOMINGO SUCEDIÓ LO ESPERADO: Juan Manuel Santos fue elegido presidente por un cómodo margen.
Hace unas semanas se había respirado un aire de triunfo anunciado, que también se reflejaba en la tranquilidad del establecimiento, satisfecho de ver que uno de los suyos llegaría a la Casa de Nariño.
Pero curiosamente, quien debería ser uno de los más contentos, parecía estar bastante incómodo: el presidente Uribe. Ya en plenas vísperas de la votación, le había dado una chiripiorca pública y airada con la adhesión de César Gaviria a la campaña de Santos, lo cual no sólo constituyó una participación descarada en política —otra más de las tantas— sino que fue un gesto contra el propio Santos, más que contra Gaviria.
Antes, según versiones periodísticas, Uribe había expresado su indignación por la invitación que Santos le había hecho al Polo Democrático para que integrara su gobierno de unidad nacional. Y la propia noche de la celebración de su ex ministro como presidente-electo, también dicen que Uribe estaba molesto con la aparición de Germán Vargas en la tarima.
Si Uribe ya está así, y apenas ha sido elegido su sucesor, ¿cómo será cuándo le toque ejercer la profesión de ex presidente? Temo que el pobre Juan Manuel, más que preocuparse por Chávez o las Farc, tendrá que ver cómo va a lidiar con Uribe.
Nunca había existido un presidente como Uribe y este tampoco será un ex presidente como sus antecesores. No se quedará ni quieto ni callado.
Uribe y Santos son diferentes, no sólo por ser el presidente saliente un finquero antioqueño y el entrante, un oligarca bogotano, sino por ser el primero visceral, camorrero e ideológico y el segundo calculador, conciliador y pragmático.
Santos sabe que su éxito está estrechamente ligado a la herencia del uribismo y por ello, buena parte de su discurso de victoria estuvo dedicado a elogiar a Uribe, como “uno de los mejores presidentes que hemos tenido en dos siglos de vida republicana”, y a repetir sus frases: “Que vivan las Fuerzas Armadas de Colombia” y “a las Farc, ¡se les agotó el tiempo!”.
Pero también introdujo matices propios, algunos indirectos y otros más directos: “Llegó la hora de la unidad nacional, llegó la hora de la concordia entre los colombianos”, “demos vuelta a la página de los odios, demos vuelta a la página de las divisiones inútiles” y “mi gobierno buscará recuperar el equilibrio y la armonía entre los poderes públicos”.
Uribe sabe que Santos fue su ministro estrella, pero también recuerda que en su momento fue leal a sus jefes Gaviria y Pastrana, lo que indica que más que uribista o pastranista o gavirista, Santos es santista.
La pregunta no es sólo si Santos le va a cuidar la espalda a Uribe sino si está dispuesto a cuidársela también a toda esa amalgama que compone el uribismo.
Santos es demasiado astuto para permitir que las tensiones con Uribe florezcan, y mucho menos en el empalme o en los primeros meses de su gobierno. Pero creo que mientras los furibistas piensan que el 7 de agosto se inicia el mandato de Uribe III, el propio Uribe debe presentir que en realidad apenas estará empezando el de Santos I.