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Arnoldo Palacios (1924-2015)

Daniel Mera Villamizar
15 de noviembre de 2015 - 08:04 p. m.

Parábola del talento y el espíritu de un hombre condenado por una sociedad desigual, a la que abandonó.

El maestro reía mientras lo alzábamos con su silla de ruedas. Yo imaginaba que se estaba riendo de que más pesado nos iba a resultar reinstalarlo en nuestra historia social e intelectual. Aunque a él ya le parecía bastante que le celebráramos sus 90 años con estudiantes bogotanos. Los 50 años de ausencia, su vida en Francia, serán nuestro desafío en la comprensión de este escritor chocoano de significación nacional.

Primero fue el descubrimiento de su talento. En la Biblioteca Nacional, leyendo Sábado de los años cuarenta del siglo XX, encontré un artículo del joven Arnoldo Palacios sobre el dirigente liberal Adán Arriaga Andrade. Sofisticado, informado, con chispa satírica, cautivante. Una pluma así en una publicación capitalina, de un tipo criado en la periferia, era un hecho extraordinario.

Años después, Ediciones San Librario tuvo la magnífica iniciativa de compilar los primeros textos periodísticos del maestro Arnoldo en Cuando yo empezaba. Testimonio de cómo el núcleo de la sociedad conoció su talento, que sumado al relato de sus relaciones sociales de la época, en múltiples entrevistas en este siglo, nos ayudan a entender a Arnoldo en la Bogotá que viviría el 9 de abril.

Nunca lo pensé físicamente con los estragos de la poliomielitis. Tal vez de estatura mediana como Manuel Zapata Olivella, encorbatado, el traje ajado. Un día lo conocí. Todavía lo veo salir de la oscuridad avanzando sus muletas con tenacidad, bajo la luz de un teatro. Qué clase de espíritu podía vencer una maldición de la naturaleza y sobreponerse a tantas desventajas en la sociedad. El niño sin destino se había hecho uno y volvía octogenario, con esa sonrisa.

Volvía, porque había decidido que no sería Colombia el país de su destino. Tocó muchas puertas y se le abrió la de una beca para estudiar en Europa. Y allá se quedó 50 años, reza la leyenda. La literatura colombiana perdió a un autor que podría haber registrado de modo incomparable la memoria social de un amplio grupo de la población durante medio siglo. No fue una pérdida menor.

La obras conocidas del maestro Arnoldo, Las estrellas son negras y Buscando mimadre de Dios, por ejemplo, son autobiográficas, de sus recuerdos del Chocó. Ese primer mundo suyo le bastó para hacer una obra de alto valor literario. Pero no podemos evadir la verdad: esta sociedad nuestra hizo lo necesario para perder el talento de Arnoldo Palacios, que decidió abandonarla. Su muerte me cogió en Tumaco, pero aquí algunos futuros lectores le rendirán un minuto de silencio, maestro. @DanielMeraV

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