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Se arriesga la vida por una concepción omnipotente del poder y luego se choca con las limitaciones de este y las propias.
Hay cuatro problemas que dificultan mucho el cambio necesario en Colombia y de los cuales hablamos poco: i) la noción vaga y simple que tenemos de “cambio”, ii) la concepción del poder de quienes se dedican a la política, iii) la precariedad del Estado como conjunto de instituciones, y iv) la calidad de la “clase” política.
Concebimos o conciben el cambio de modo binario, 0 y 1, sin continuidad, y en el vacío, como si no existiera un orden (en el sentido macro). Hasta las tecnologías disruptivas demoran un tiempo para volver obsoletas a las presentes, pero queremos inventar un cambio que no dice cómo cumplirá las funciones vigentes.
Dirán algunos que esta es una visión del cambio “estructural-funcionalista” y que la de ellos es revolucionaria.
Y eso se conecta con la relación espiritual con el poder político de quienes lo buscan. Si alguien está o estuvo dispuesto a matar por él, o a invertir cifras descomunales de dinero, hay que preguntarse por qué y para qué. Arriesgar la vida y/o la libertad por conseguir “el poder” requiere una idea de este que justifique tales riesgos.
Es de temer que tienen una idea sobrenatural del poder, de un alcance que les permitiría hacer cambios revolucionarios a voluntad. Debe habitar un dictador en el ser de esas personas, que se chocan con las múltiples limitaciones del poder en una sociedad compleja con democracia y Estado de Derecho.
Si alguien cree que ha recibido un poder que todo lo puede, pero por un tiempo limitado, tendrá la urgencia de los cambios radicales para demostrar que se justifica todo lo hecho para llegar al poder. Y también tendrá la tentación de prolongarse el tiempo del poder para hacer todo lo que quiere.
Un espíritu que no ha estado ni está dispuesto a hacer cualquier cosa por el poder, porque sabe de las limitaciones de su ejercicio, no tiene la ilusión, potencialmente desastrosa, de obrar como “Dios”. Las ideas de cambio que puede adoptar conviven naturalmente con la continuidad, la gradualidad, el incrementalismo, el reformismo, el ensayo y error.
Discutir la velocidad del cambio, las metas a lo largo de los años es una cosa con los que confían demasiado en la omnipotencia del poder político (o del Mesías humano) y otra con quienes son más escépticos al respecto.
Los mesiánicos de nuestra sociedad pasan por alto que su principal instrumento, el Estado, está en construcción, que está lejos de ser un conjunto de instituciones eficaces, profesionalizadas, tecnológicamente competentes. La debilidad técnica y funcional del Estado.
El afán mesiánico de los cambios abruptos y la economía política impiden plantearse la urgencia de la reforma institucional, organizacional y gerencial del Estado, que tampoco se puede hacer a las carreras y supeditada al vaivén de los periodos presidenciales.
Algo que no les preocupa mucho a los detentadores del poder político porque no ven más allá de lo acostumbrado y porque les conviene en su mira corta de intereses tener “feudos”, lo que nos lleva al problema de su “calidad”. La profesión política entró en decadencia y su sustituto no es mucho mejor.
