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EL DEPARTAMENTO DE SOCIOLOGÍA de la Universidad Nacional surgió con el poder (1959), se pasó a la revolución (1969-1989), quedó bajo sospecha (1989-2009) y lleva casi una década redefiniendo su vocación, apremiado por las reglas recientes de la educación superior.
Es una “periodización” para animar la autorreflexión en nuestra peculiar comunidad. También esto: el departamento cometió “parricidio”, que ahora quiere expiar con una “deificación”, y fue “escogido por la tragedia”, como dijera el ex rector Guillermo Páramo. Veamos.
Creada en medio del optimismo por el Frente Nacional y el gobierno de Alberto Lleras, con la promesa de aportar el conocimiento científico social que necesitaba el desarrollo colombiano, la institución recibió el apoyo de la Unesco y las fundaciones Ford y Rockefeller. El ministro de Educación, Abel Naranjo, sintetizó el espíritu del momento: “La reforma del país debe basarse sobre el conocimiento sociológico”.
Durante su primera década, brillante, el departamento cumplió su promesa con investigaciones empíricas y publicaciones de calidad internacional: 48 libros y propuestas de reforma agraria, contó Olga Restrepo. El célebre La violencia en Colombia, de Fals, Monseñor Guzmán y Umaña Luna (1962) representó el impacto de la sociología en aquella época.
Sin embargo, en 1966, el paso de la reforma a la revolución le trajo la tragedia. El sacerdote Camilo Torres, cofundador, murió con el uniforme del Eln. En 1969, el giro político radical tendría su correlato intelectual e institucional: el departamento rompió con la influencia gringa, depuso a su fundador principal, Orlando Fals Borda (“parricidio”), y se propuso una “sociología nacional, política y científica”, que fue menos científica que otra cosa.
Siguieron dos décadas de generaciones perdidas, básicamente. Probablemente hubo más sociólogos que perdieron la vida por la revolución que titulados con Ph.D. De esta época, se acepta que el libro con mayor impacto fue Colonización, coca y guerrilla (1987), de Cubides, Jaramillo y Mora.
Y llegaría 1989-1990. El final histórico del marxismo como utopía. Fals Borda, todavía “expulsado”, y un estudiante, Fabio Villa, que había pasado de revolucionario a reformista, serían constituyentes de 1991. Pero eso no bastaría para disipar la sospecha de la sociedad sobre la “vocación revolucionaria” de la institución emblemática de la sociología en el país. Demasiados estudiantes “tropeleros”, más algunos que estaban en la clandestinidad armada y eran encarcelados o morían en combate. La tragedia que volvía una y otra vez. Para rematar, en 2009, el caso del profesor Beltrán, acusado de ser Jaime Cienfuegos de las Farc, reactivó la sospecha afuera del campus.
Por fortuna, en 2009 también se enfrentó el reto de ser un departamento competitivo: investigación empírica, bilingüismo, construcción de prestigio académico e inserción laboral. ¿Retomará la “promesa fundadora” y la “década brillante”? ¿Un “recomienzo” por la “reforma del país”? Tal vez habrá que no “divinizar” a Fals Borda y saber apreciar la obra de Alfredo Molano, la más sobresaliente en los últimos 20 años.
