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El declive de la calidad de la clase política

Daniel Mera Villamizar
08 de agosto de 2022 - 05:00 a. m.

Dádivas presidenciales, sainete para elegir Contralor y partidos sin principios, la misma decadencia.

¿Qué tienen en común? Que el presidente Duque reparta dádivas sin pudor en los días finales de su mandato, que el Congreso tenga un sainete para la elección del Contralor y que los partidos Liberal, Conservador y de la U no hayan esperado el mes que les da la ley para declararse de gobierno, oposición o en independencia. Los tres son hechos antiestéticos, producto de un fenómeno más general.

Lo primero (dar y recibir dádivas del poder) y lo segundo (preferir los puestos al equilibrio de poderes) son viejas malas prácticas políticas que agreden las nociones de ética que compartimos. Lo tercero, no defender los principios, que es lo mismo que no tenerlos, y sumarse al programa del rival por un pedazo de usufructo del Estado (no fueron acuerdos programáticos), diríase que es muestra elocuente de la decadencia de la política colombiana.

Pero el hecho de fondo es que la calidad del personal político viene en franco declive. No es que las competencias fundamentales para prestar el servicio público de legislar o de gobernar hayan cambiado y se esté juzgando a la actual clase política con parámetros que ya no tienen validez.

Algunos han creído que “gobernar es comunicar”, y ciertamente la competencia de saber comunicar es hoy mucho más importante que hace 20 o 10 años, pero el punto es de dónde emana lo que se comunica, la visión que informa, la contextura moral y ética del que tiene el micrófono.

La profesión política tenía unos estándares y había unos filtros para aplicarlos. Cuando el dinero se volvió lo más determinante en la política electoral, corrompiéndola, paulatina pero inexorablemente los estándares dejaron de aplicarse. Ser político exigía una suma de capacidades y virtudes tal que aspirar a la cima, ser candidato presidencial o presidente, era muy difícil.

La democratización —por ejemplo, la elección popular de alcaldes—, no tenía por qué bajar los estándares. Era responsabilidad de los partidos y de la élite política mantener el control de la calidad del personal político, es decir, de un lado, enfrentar el encarecimiento de las campañas electorales, la infiltración de dineros ilegales y la conversión de los partidos en confederaciones de fami-empresas político-electorales, y del otro, formar su tecnocracia para poder legislar y gobernar con visión de largo plazo en el marco de la modernización.

No ocurrió así. La élite política falló y hoy la profesión política se ha desvanecido y la que existe sufre de ilegitimidad. Muchos individuos con el potencial de honrar la función noble y elevada de la política no quieren entrar a ella, en primer lugar, porque no hay un sistema de reclutamiento y ascenso con reglas claras. Los partidos en su actual configuración son pequeños reinos de la discrecionalidad y el nepotismo, en un sistema de partidos disfuncional.

Hay que acabar el voto preferente, se sabe. Hay que evitar la proliferación de partidos, se sabe. Hay que institucionalizar las coaliciones. Se ha debido implementar hace mucho tiempo una reforma política de fondo. Y no es culpa de la democracia representativa, la que tenemos que perfeccionar, no abandonar intelectualmente.

@DanielMeraV

 

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