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No logramos tomar decisiones estructurales ni pensar por fuera de lo “políticamente correcto”.
Para decirlo con un ejemplo: el Gobierno estima que la reactivación y el empleo vendrán por un conjunto grande de proyectos de inversión, muchos de los cuales están frenados por la consulta previa, cuya reglamentación no es una prioridad de la agenda legislativa. ¿Entonces hay que descontarle al plan de reactivación la contribución oportuna de esos proyectos? No sabemos. No es tema de debate público.
La reglamentación de la consulta previa es una urgencia admitida, pero no una prioridad por dos razones: i) no ha habido un gobierno que crea poder sacarla adelante en el Congreso de la República y ii) no saben qué proponer a cambio o cómo hacer compatible el derecho comunitario cultural con el desarrollo económico sostenible.
De un lado, se anticipa una batalla política y constitucional que desarmaría cualquier mayoría en el Congreso, y del otro, pocos dirigentes tienen las convicciones necesarias y el discurso para ir a dar esa pelea. Es decir, muy difícil conseguir mayorías parlamentarias para temas sensibles en nuestro sistema de partidos y muy difícil diseñar soluciones para problemas creados por ideas y visiones devenidas en “lo políticamente correcto” y lo culturalmente aceptable.
El primero es un problema político, del modo en que está organizada o reglada la lucha por el poder y su ejercicio, y el segundo es un problema intelectual, de la hegemonía de unas ideas en varios ámbitos de la esfera pública (y del Estado) y de la pobreza de pensamiento en la política. La subordinación o indefensión intelectual de la política es tal, que no bastaría resolver el problema político para aprobar las reformas que se necesitan.
Conseguir que el sistema político sea capaz de producir las orientaciones y decisiones estructurales que tienen en vilo nuestro desarrollo requiere eliminar el voto preferente, desestimular el número de partidos y estimular las coaliciones. No vamos a volver al bipartidismo, que “puro” no fue, pero sí es indispensable un multipartidismo moderado y estructurado hacia la agregación.
Una sociedad no puede ir bien y progresar como es debido sin decisiones fundamentales, a tiempo y sostenibles. La política colombiana no está cumpliendo con esa función primordial. Resolver esto exige liderazgos que conciban y practiquen la política saliéndose de donde está atrapada sin notarlo mucho. Una prueba es poner alto en el debate de la reforma política la lista paritaria, ignorando lo que pasa con el actual 30%. Alguien tiene que decir que esa no es la prioridad para lo que nos está fregando.
Enfrentar el problema o desequilibrio intelectual es todavía más complejo y lento, y pasa por promover el pluralismo ideológico en las altas cortes y controvertir desde la academia sus posiciones más militantes, por aumentar la tecnocracia y exponerla más al debate de ideas, por consolidar verdaderos tanques de pensamiento en los partidos, y sobre todo pasa por tener un proyecto intelectual y contar con algunas universidades.
Decía Sergio Clavijo en su columna de El Tiempo: “el principal desafío consiste en poder explicar a un público amplio la necesidad de concretar reformas estructurales en los campos tributario, laboral y pensional, en medio de tanto malestar social”.
Agregaría que antes está el desafío de dialogar con los partidos de la coalición de gobierno (más allá de estas tres reformas) y de ayudarles a encontrar una estrategia de corto y mediano plazo que les permita coordinar una buena forma de cumplir su responsabilidad con el país.
Los cálculos puramente electorales de múltiples facciones (todos de corto plazo por su naturaleza) nos están arruinando el largo plazo, que llega cada día.
