El viaje al pasado para cazar esclavistas como remedo de futuro
La “Comisión de Reparación Histórica para superar los efectos del racismo” ignora que es tarde para la venganza que quiere.
Sugería Armando Montenegro en su columna, a propósito de la idea del MEN de darle al presidente de la República “facultades extraordinarias por seis meses para expedir, por medio de decretos con fuerza de ley, la regulación de las Instituciones de Educación Superior de pueblos y comunidades indígenas, ROM y negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras”, que sus promotores le explicaran al país “cuál es su visión de largo plazo de la sociedad colombiana”.
No hemos visto tal explicación, pero de los mismos creadores tenemos otro guion de película: “la Comisión Intersectorial Nacional de Reparación Histórica para superar los efectos del racismo, la discriminación racial y el colonialismo en los pueblos étnicos del país” (Decreto 820 de 2023), que se lanzó el mes pasado, encabezada por la vicepresidenta de la República.
Esta Comisión se propone i) “la coordinación y articulación intersectorial para la implementación de las políticas, programas, acciones y normas dirigidas a la reparación histórica”, y ii) “estudiar la naturaleza de la deuda histórica y los daños duraderos causados por la Trata transatlántica de seres humanos esclavizados, la esclavización, el colonialismo y el racismo estructural en los pueblos étnicos”.
Con el fin de “esclarecer y garantizar el derecho a saber, a identificar a los perpetradores, determinantes, beneficiarios y demás aspectos relacionados con estos fenómenos, como insumo para la puesta en marcha de las acciones pertinentes para obtener reparación histórica integral de las poblaciones herederas de los impactos de estos crímenes”.
Léase bien: nos invitan a un viaje a los siglos XVI, XVII y XVIII para identificar a los esclavistas (no está claro si en toda la cadena) y a devolvernos rastreando a sus descendientes y a los de los esclavizados para hacer que unos reparen a los otros en esta década del siglo XXI, asumiendo que los herederos de los esclavistas tienen con qué y que no van a acudir a la justicia para evitar pagar por una acción que no cometieron.
Los historiadores profesionales, de archivo, están en un dilema muy simpático: o decirles que no tienen ni idea de lo difícil que es recuperar el pasado o declarar con toda solemnidad que se puede intentar y de pronto generar así una buena fuente de recursos para trabajar en archivos. No hay mal que por bien no venga, dicen.
Dice un experto: “las medidas de reparación reconocidas son: restitución, rehabilitación, satisfacción y garantía de no repetición. En cuanto a la procedibilidad se requiere que las víctimas estén identificadas; que los hechos estén plenamente documentados; y, finalmente, que se constate el vínculo causal entre los hechos del pasado y la situación actual de las víctimas”.
Como esto va a llevar tal vez más tiempo del previsto, ¿qué hacemos mientras? Podríamos ensayar lo que sabemos que funciona y se necesita: proveer condiciones generales para el desarrollo productivo, que las personas aprendan, haya empleos formales, participación en activos generadores de riqueza.
Como de hecho eso ha funcionado para millones de descendientes de africanos esclavizados, ¿por qué no mejorar, profundizar, expandir lo que ha servido para enfrentar el futuro? ¿Por qué hacer ese viaje tan largo, tortuoso y divisorio hacia el pasado, cuyos resultados son inciertos?
Reza el refrán que “la venganza es un plato que se sirve frío”, pero todo indica que están pensando en caliente y que ya es muy tarde para la venganza que quieren.
Infundir en el espíritu de los niños afrocolombianos que su situación actual se superará con la “reparación histórica”, es decir, al regreso de ese viaje al pasado para identificar y rotular esclavistas, implica promover sentimientos negativos. Todo lo contrario de lo que los llevará y nos llevará como sociedad a construir un buen futuro.
Esa comprensión de la historia que está detrás o que llena la visión de la “reparación histórica” no la pueden (no la deben) mandar por el aparato escolar sin una discusión previa entre adultos responsables, y lamentablemente el ministerio de Educación ya tiene un eslogan que le sirve para “esparcirla”.
Primero tendrían que hablar con filósofos morales que les ayuden a entender por qué había tribus que cazaban a otros africanos para venderlos a comerciantes europeos como esclavos y por qué hubo negros y mulatos en la Nueva Granada (Colombia hoy) que eran propietarios de esclavos.
Y a los queridos intelectuales y académicos que ahora se desmarcan de estas propuestas, hay que recordarles que bastante hay prohijado este tipo de pensamiento, creyendo que hacían el bien. La “visión de largo plazo de la sociedad colombiana” que pedía Armando Montenegro es inquietante.
La “Comisión de Reparación Histórica para superar los efectos del racismo” ignora que es tarde para la venganza que quiere.
Sugería Armando Montenegro en su columna, a propósito de la idea del MEN de darle al presidente de la República “facultades extraordinarias por seis meses para expedir, por medio de decretos con fuerza de ley, la regulación de las Instituciones de Educación Superior de pueblos y comunidades indígenas, ROM y negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras”, que sus promotores le explicaran al país “cuál es su visión de largo plazo de la sociedad colombiana”.
No hemos visto tal explicación, pero de los mismos creadores tenemos otro guion de película: “la Comisión Intersectorial Nacional de Reparación Histórica para superar los efectos del racismo, la discriminación racial y el colonialismo en los pueblos étnicos del país” (Decreto 820 de 2023), que se lanzó el mes pasado, encabezada por la vicepresidenta de la República.
Esta Comisión se propone i) “la coordinación y articulación intersectorial para la implementación de las políticas, programas, acciones y normas dirigidas a la reparación histórica”, y ii) “estudiar la naturaleza de la deuda histórica y los daños duraderos causados por la Trata transatlántica de seres humanos esclavizados, la esclavización, el colonialismo y el racismo estructural en los pueblos étnicos”.
Con el fin de “esclarecer y garantizar el derecho a saber, a identificar a los perpetradores, determinantes, beneficiarios y demás aspectos relacionados con estos fenómenos, como insumo para la puesta en marcha de las acciones pertinentes para obtener reparación histórica integral de las poblaciones herederas de los impactos de estos crímenes”.
Léase bien: nos invitan a un viaje a los siglos XVI, XVII y XVIII para identificar a los esclavistas (no está claro si en toda la cadena) y a devolvernos rastreando a sus descendientes y a los de los esclavizados para hacer que unos reparen a los otros en esta década del siglo XXI, asumiendo que los herederos de los esclavistas tienen con qué y que no van a acudir a la justicia para evitar pagar por una acción que no cometieron.
Los historiadores profesionales, de archivo, están en un dilema muy simpático: o decirles que no tienen ni idea de lo difícil que es recuperar el pasado o declarar con toda solemnidad que se puede intentar y de pronto generar así una buena fuente de recursos para trabajar en archivos. No hay mal que por bien no venga, dicen.
Dice un experto: “las medidas de reparación reconocidas son: restitución, rehabilitación, satisfacción y garantía de no repetición. En cuanto a la procedibilidad se requiere que las víctimas estén identificadas; que los hechos estén plenamente documentados; y, finalmente, que se constate el vínculo causal entre los hechos del pasado y la situación actual de las víctimas”.
Como esto va a llevar tal vez más tiempo del previsto, ¿qué hacemos mientras? Podríamos ensayar lo que sabemos que funciona y se necesita: proveer condiciones generales para el desarrollo productivo, que las personas aprendan, haya empleos formales, participación en activos generadores de riqueza.
Como de hecho eso ha funcionado para millones de descendientes de africanos esclavizados, ¿por qué no mejorar, profundizar, expandir lo que ha servido para enfrentar el futuro? ¿Por qué hacer ese viaje tan largo, tortuoso y divisorio hacia el pasado, cuyos resultados son inciertos?
Reza el refrán que “la venganza es un plato que se sirve frío”, pero todo indica que están pensando en caliente y que ya es muy tarde para la venganza que quieren.
Infundir en el espíritu de los niños afrocolombianos que su situación actual se superará con la “reparación histórica”, es decir, al regreso de ese viaje al pasado para identificar y rotular esclavistas, implica promover sentimientos negativos. Todo lo contrario de lo que los llevará y nos llevará como sociedad a construir un buen futuro.
Esa comprensión de la historia que está detrás o que llena la visión de la “reparación histórica” no la pueden (no la deben) mandar por el aparato escolar sin una discusión previa entre adultos responsables, y lamentablemente el ministerio de Educación ya tiene un eslogan que le sirve para “esparcirla”.
Primero tendrían que hablar con filósofos morales que les ayuden a entender por qué había tribus que cazaban a otros africanos para venderlos a comerciantes europeos como esclavos y por qué hubo negros y mulatos en la Nueva Granada (Colombia hoy) que eran propietarios de esclavos.
Y a los queridos intelectuales y académicos que ahora se desmarcan de estas propuestas, hay que recordarles que bastante hay prohijado este tipo de pensamiento, creyendo que hacían el bien. La “visión de largo plazo de la sociedad colombiana” que pedía Armando Montenegro es inquietante.