“Arreglar” nuestras ciudades y construir bellamente otras va de la mano de evolucionar la mentalidad nacional.
Comencé a leer el libro de Enrique Peñalosa, Ciudad, Igualdad, Felicidad, por el apartado “El mercado no funciona en el caso de la tierra alrededor de las ciudades en crecimiento”.
Desde el primer gobierno de Juan Manuel Santos la comprensión pública del tema urbano se confundió fuertemente con las “100.000 viviendas gratis” que lideró Germán Vargas Lleras, siguió con “Mi Casa Ya” de este gobierno (subsidio monetario y cobertura parcial de la tasa de interés para 135.000 familias) y no ha logrado entrar a la agenda de reformas estructurales ni al debate presidencial.
A diferencia de la reforma agraria o rural, la reforma urbana no tiene tradición intelectual y política en Colombia, pues lo del eminente asesor Lauchlin Currie, “fomentar la planeación urbana para el desarrollo de ciudades competitivas” en las “Cuatro estrategias” de Pastrana Borrero, 1970-1974, fue más un destello o semilla no cultivada.
Parece importarles a muy pocos la reforma urbana y no se entiende bien en qué consistiría en lo fundamental (no es regalar viviendas). Es una lástima porque más del 80% de la población nacional habita en zonas urbanas y en esa medida esta reforma podría contribuir a transformar la sociedad colombiana en aspectos sensibles para la vida de las personas.
Una forma de explicar la reforma urbana que se relaciona con la razón de por qué no ha prosperado es la siguiente: consiste en usar el Estado para sustraer del mercado un activo (“tierra alrededor de las ciudades en crecimiento”) y luego usar los mercados para hacer que ese activo estatizado se convierta en propiedad privada y bienestar (“ciudades”), de modo financieramente sostenible. Esa es, al menos, la fórmula de Peñalosa.
La razón por la que esta fórmula no ha prendido es que choca con la mentalidad de los límites autoimpuestos a la capacidad de la intervención en la configuración de la sociedad. Límites en el tiempo (aparentemente cuatro años, por los ciclos de la democracia); en la magnitud (tanto por el horizonte político temporal como por la poca ambición de crear realidades) y en la financiación (porque hay temor a diseñar instrumentos financieros de largo plazo). En otras palabras, “el país de medianías”, que ojalá nos sirva esta vez para no embarcarnos en una aventura extrema.
Peñalosa tiene soluciones concretas: extendamos considerablemente el horizonte de 12 años de los Planes de Ordenamiento Territorial; hagamos verdaderos megaproyectos urbanísticos por todo el país con los mejores estándares para alcanzar igualdad de calidad de vida y comencemos con bonos de largo plazo para adquirir las tierras necesarias.
Nuestro problema como país es que no tenemos el espíritu para proponernos y sacar adelante cambios de ese alcance, que son exigentes y responsables (ciertamente, nos falta pulir bastante las instituciones políticas que ayudarían a grandes metas, como el Congreso en su funcionamiento y los partidos políticos). Pero si nos pintan pajaritos de oro, adobados con sentimientos negativos, la mitad va corriendo a ver.
La pregunta es si estamos a tiempo para ajustar la mentalidad y el espíritu nacional y para mejorar sustancialmente las ciudades de distintos tamaños donde vivimos. Dice Peñalosa en su libro que “si las ciudades no se hacen dónde y cómo deben hacerse, después no pueden arreglarse”. Aunque él mismo es experto en “arreglar ciudades”, sea como ejecutor o como asesor en muchos países.
Está comenzando el siglo XXI, muy acelerado, y probablemente vaya más rápido el crecimiento caótico de las ciudades que reclama una reforma urbana, que nuestra evolución de la mentalidad hacia la grandeza. A lo que se suma la escasez de instituciones de la sociedad civil comprometidas con la reforma urbana (probablemente Peñalosa será un “padre de la reforma urbana” sin herederos políticos).
Eso no debería alegrar a nadie. Por ejemplo, una reforma rural exitosa no debería impedir el deseo de los hijos de los campesinos de emigrar a centros poblados, lo que volvería importante para ellos una “reforma urbana” ampliamente entendida. Como una forma de vivir en igualdad y felicidad posibles en la sociedad, según el exalcalde.