Insostenible apostarle a mesura ideológica mediante composición de clases medias-altas de la oficialidad.
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La otra propuesta reciente del presidente Petro que se ha planteado en esta columna antes es la de “estudiar en las diferentes escuelas (de las Fuerzas Militares y la Policía) debe ser completamente gratuito”. La primera propuesta fue descentralizar a nivel de institución educativa la Alimentación Escolar.
Como esta columna no es petrista, estoy lidiando con la acusación, medio en broma, medio en serio, de que yo también soy populista.
El 07 de noviembre del año pasado, escribí “¿Para cuándo “matrícula cero” en escuelas de Fuerzas Militares?”, con el gancho de “Democratizar el acceso a la oficialidad podría recibir apoyo de todo el espectro político-ideológico”.
Sugería que la izquierda estaría de acuerdo “por coherencia con su principio de gratuidad a rajatabla”, y la derecha “porque fortalece la legitimidad de las Fuerzas Armadas”.
Algunos en la derecha pueden creer que una composición de clases medias-altas de la oficialidad facilita la mesura ideológica en las Fuerzas Militares y la Policía, aunque eso es una ilusión hoy e ignora los mecanismos sociales de autoselección para la carrera militar. Es una preocupación válida que no se resuelve por ahí.
Pero en este país donde la coherencia no es una virtud generalizada: teníamos un presidente de centro-derecha que sacó pecho hasta el último día por la “matrícula cero”, una idea de la izquierda, que no aplicó en las escuelas de la Fuerza Pública. Ahora tenemos un presidente de izquierda que ya dijo lo obvio.
“A los jóvenes dispuestos al servicio militar, incluso con sacrificio de su vida, les cobramos para que puedan hacerlo, y a los que van a la universidad para luego derivar rendimientos privados y ojalá enriquecerse en el mercado, ni les pedimos que después retribuyan una fracción razonable a la sociedad”, anoté en noviembre.
“Estamos en mora de reconocer que la profesión militar también requiere talento especial y que este no es exclusivo de unos estratos sociales. Si se quitara la barrera económica, los adolescentes y sus familias excluidas se prepararían para competir con capacidades, lo que llevaría a una Fuerza Pública más fuerte y más querida por la sociedad”: y era un argumento para que lo comprara el presidente Duque, claramente.
En términos históricos, esto será una variación de la doctrina Lleras Camargo: “Yo no quiero que las Fuerzas Armadas decidan cómo se debe gobernar a la Nación, en vez de que lo decida el pueblo; pero no quiero, en manera alguna, que los políticos decidan cómo se deben manejar las Fuerzas Armadas” (1958).
64 años después, un político decidirá quiénes pueden ser oficiales, o sea aspirar a ser generales que dirigen el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y la Policía, con una reforma simple: eliminar la selección socioeconómica.
No es una iniciativa genial que tengamos acá en Colombia. En Estados Unidos, por ejemplo, los cursos de oficiales y suboficiales no se pagan. Nuestro problema al respecto es la idea que tenemos o heredamos de nuestras Fuerzas Militares y Policía, idea compatible con la barrera económica de ingreso. Es decir, un consentimiento de la desigualdad construida, afuera y adentro de las Fuerzas Militares y la Policía.
La desigualdad construida es una cosa; la desigualdad natural, otra, así la primera explique en cierta medida la segunda. Bajarle a la desigualdad construida en esta institución fundamental de la sociedad es un buen paso para el proyecto de nación, que lleva 200 años largos y no ha sido tan horrible, como dicen.