El desafío populista de lo que representa Petro no se va a resolver con orden y seguridad, así esta sea la prioridad ganadora en 2026. La notable impugnación al modelo económico, político y social seguirá ahí, en el Congreso, las universidades públicas (y no pocas privadas) y las calles.
El llamado establecimiento confía en su solución para atender las demandas sociales que el populismo dice poder satisfacer con estatismo: un crecimiento económico alto y sostenido. Pero varios gobiernos han mostrado que no existe la capacidad para desatar el nudo gordiano del desarrollo colombiano.
Ese nudo gordiano está compuesto por tres sogas imbricadas: i) la soga política (un sistema político disfuncional e inepto para aprobar reformas pro-crecimiento y la corrupción rampante que lo deslegitima); ii) la soga intelectual (la hegemonía de la teoría de los derechos sin deberes y del multiculturalismo importado como sustento del contrato social), y iii) la soga cultural (la desconfianza basada en sentimientos primarios, la dependencia y la irracionalidad extendidos a pesar del avance de la educación).
Como en la leyenda griega, la mejor manera de desatar el nudo es cortarlo. Enfrentar por separado lo político, lo intelectual y lo cultural es muy difícil. Cortarlo es introducir un cambio que, por su naturaleza, atraviese los tres ámbitos y permita conformar la mayoría necesaria. Esa naturaleza es económica y el cambio consistiría en mutar la personalidad del capitalismo colombiano: de excluyente o tradicional a incluyente o popular.
El populismo que tenemos es averso al capitalismo y cabalga sobre las evidencias de pobreza y desigualdad, y quisiera llevarnos al socialismo, con un Estado omnipotente. La mayoría de colombianos no quiere eso, pero tampoco seguir tal cual en lo que ya conocemos. La salida parece ser obtener el respaldo de los ciudadanos para intensificar el capitalismo en una versión que permita participación en beneficios del capital a millones de colombianos.
En una visión de país mineroenergético con sostenibilidad ambiental y potencia agroindustrial y de servicios cada vez más sofisticados e internacionales, que pase de 400.000 pequeños accionistas a 10 millones de accionistas en 20 años, el aspecto popular del capitalismo colombiano podría darse con medidas como las siguientes:
1) en toda nueva explotación o producción minero-energética el público podrá adquirir hasta el 20 % de la propiedad, lo que ayudaría a desplazar el fanatismo ambiental por una comprensión del desarrollo sostenible; una política que debería comenzar por la venta del 8,5 % de acciones de Ecopetrol a pequeños inversionistas.
2) en las empresas de más de 25 empleados, estos recibirán un reparto del 10 % de las utilidades cada año, más o menos como en Francia (y como decretó Mariano Ospina Pérez en 1948), lo que ayudaría al manejo salarial, a la relación capital-trabajo y a la productividad.
3) uso de fondos soberanos (en parte, con recursos de ingresos minero-energéticos) para inversiones estratégicas (puertos y desarrollo agroindustrial, por ejemplo), asegurando un 20 % de propiedad democrática (en manos de colombianos comunes y corrientes) al lado de grandes capitalistas, lo que destrabaría discusiones como la de la Unidad Agrícola Familiar en la Orinoquía.
4) una política de acceso masivo a la propiedad de la vivienda mediante una reforma urbana que compre suelo alrededor y dentro de ciudades para dotarlo y estructurar mecanismos de mercado para desarrollos urbanísticos de calidad que incluyan múltiples opciones financieras y autoconstrucción asistida, con el apalancamiento de un fondo soberano, como en China y Corea del Sur (y en Bogotá parecido con Peñalosa).
Con una visión así, muchas más ideas prácticas surgirán, aprendiendo de la experiencia internacional. La centroizquierda, la centroderecha y la derecha pueden convenir en este “cambio del juego”. La visión de la izquierda populista y radical está resumida en aquella propuesta de Petro: “Comprar el Ingenio Incauca para dárselo a los campesinos”.
Lo que haría el capitalismo popular es proveer los instrumentos para que cientos de pequeños propietarios de tierra que siembran caña entren en el negocio del azúcar en alianza con los ingenios, participando en la riqueza.
(Esta columna es la anunciada como “Es el modelo de capitalismo colombiano, señores”).
@DanielMeraV