Alejandro Gaviria le va a prestar al país al menos dos servicios en su nuevo cargo: i) una gestión, probablemente buena, con claridad, razonada y bien explicada al público, y ii) una experiencia de convivencia sectorial entre una visión de centroizquierda de formación filosófica liberal (ministro) y una visión de izquierda de formación no liberal (presidente, Fecode y muchos influyentes del sector).
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A diferencia de Juan Manuel Santos y de Iván Duque, Gustavo Petro está mostrando que será un presidente con control ideológico y programático de lo que haga la cartera de educación. El listado de prioridades que le puso a Gaviria en el hilo de Twitter con el que anunció la designación no le deja mucho margen al ministro.
No es propiamente una invitación pública al representante de la centroizquierda para codiseñar el “cambio o la revolución educativa”, sino una relación de objetivos del presidente en materia educativa, que no provienen de una visión “holística” del sector, y eso es entendible, aunque él probablemente dirá que sí la tiene.
La “convivencia ideológica” en el ministerio de Educación tiene una particularidad, que disminuirá el potencial del “experimento natural”: la debilidad política del ministro, que llega al cargo tras dos debacles electorales (la suya y la de Fajardo), sin partido con bancada de congresistas, y más por su adhesión mediática para segunda vuelta, que dividió a sus propios colaboradores.
Por supuesto, el ministro sabe observarse a sí mismo y es consciente de tal debilidad, pero en lugar de luchar por afianzar su personalidad política (vía lo ideológico y programático), comenzó por hacer una renuncia que no le estaban pidiendo, al menos públicamente no.
Es seguro que tal renuncia le generó más aceptación en su nuevo entorno político, pero pues es un lujo que un ministro no debería darse. Alejandro Gaviria, de entrada, prácticamente anuló la posibilidad de recurrir a los “subsidios a la demanda” como instrumento de política, lo que equivale a cercenar un poco la libertad de elegir y la competencia.
Generación Excelencia, un programa de becas que se confunde con Generación Equidad, no va más “porque en el programa del presidente Petro no están los subsidios a la demanda”. Es decir, sin evaluaciones de impacto, se acaba el programa por un principio ideológico, una decisión política.
Si técnicamente, con pragmatismo, luego se ve que en alguna política educativa son necesarios los subsidios a la demanda. ¿Con qué capacidad conseguirá el ministro hacer lo que conviene frente a los enemigos declarados del recurso al que renunció tan prontamente?
Y me apresuro a repetir que la fantasía de la derecha que cree que con vouchers o vales para la educación básica y media se mejoraría la calidad y se debilitaría a Fecode es eso, una fantasía, producto de ideología más que de estudio.
Claro que “los subsidios a la demanda no están contemplados en el programa del presidente”, pero el “acuerdo nacional” se supone que es para combinar ideas y propuestas, no simplemente para que nombren a alguien como ministro ejecutor de la sapiencia omnisciente o del credo del soberano.
Ciertamente, Alejandro Gaviria puede estar un tanto extenuado porque para ser ministro de Educación de Gustavo Petro no habría tenido que renunciar a la rectoría de los Andes ni pasar por la frustración de la campaña electoral, pero tampoco ayudará suficiente si no sostiene sus convicciones.
El ministro nos está diciendo que en adelante los bachilleres talentosos de familias de escasos recursos no podrán ir a las universidades privadas de alta calidad después de haber liderado lo correcto desde la Universidad de los Andes.
Es decir, la inclusión para desarrollar el talento y generar movilidad social se puede hacer con donaciones privadas, pero no con los impuestos que pagan los ciudadanos porque algunos solamente conciben la oferta estatal de la educación. Quitemos, pues, las becas de doctorado porque muchas se aplican en universidades privadas del exterior.
Y esa no fue su única concesión sin lucha en su ronda de medios de comunicación.