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La imperiosa necesidad de pasar de un círculo vicioso a uno virtuoso.
La falta de orden está perjudicando funciones de la educación —como preparar para el trabajo— y la generación de empleo. La educación no está contribuyendo debidamente a la construcción cultural del orden ni a la expansión de una ética del trabajo.
La escasez de trabajo, a su vez, relaja los compromisos de los individuos con el orden. Parece necesario corregir y convertir este círculo vicioso en uno virtuoso: que el orden y la educación se refuercen para producir más trabajo, y que la educación y el trabajo se mejoren entre sí para producir no más orden, sino más recursos que les permitan a los individuos y familias ser más felices y autorrealizarse.
El “orden” entendido como una condición necesaria, no un valor absoluto. Ese conjunto de condiciones de racionalidad, de respeto de la ley y de lo correcto, y de prevalencia del bien común, sin el cual una sociedad difícilmente puede resolver sus conflictos y progresar.
Ciertamente, con alguna frecuencia en nuestra sociedad la ley y la jurisprudencia minan la racionalidad y la prevalencia del bien común (efecto del no tan “nuevo constitucionalismo”), lo que ha potenciado o legitimado de modo inquietante o insostenible nuestra propensión cultural al desorden y a la anarquía en muchos casos.
Avanzar hacia un círculo virtuoso entre orden, educación y trabajo implicará cambios de ley y varios constitucionales, pero antes un marco intelectual y cultural (de índole filosófica liberal) que informe esos cambios y la acción del gobierno que no requiere ir al Congreso de la República.
En la educación son múltiples los casos de falta de orden en sentido amplio: a los niños menores de cinco años, el ICBF les cambia los agentes educativos cada año; en la básica y media, el servicio educativo se suspende cuando quieren los sindicatos, sin regulación del derecho de huelga; el Sena se mide por la oferta que se le ocurre (dispersa), no por el aporte a la productividad de los trabajadores y sus industrias.
En las universidades estatales, unos encapuchados violentos hacen lo que les provoca, una pequeña fracción del estudiantado decide por todos en asamblea mientras reclama democracia, no pocos rectores se reeligen tres y cuatro veces usando politiquería para acomodar los estatutos, profesores inescrupulosos se aprovechan del régimen salarial con publicaciones fraudulentas; se habla de paz, pero se glorifica a íconos de la violencia revolucionaria.
En las instituciones donde se supone que debemos tener una relación inteligente con el orden, en realidad tenemos ataques al orden público (disturbios), al orden legal-institucional (el rector de la UNAL liderando una constituyente sin piso jurídico, el más diciente) y al orden normativo (delinquir con drogas y armas bajo la autonomía universitaria mal entendida).
Corregir todo esto no sería autoritarismo, sino reconstruir un orden necesario, honrando el Estado de derecho, para que estas instituciones de educación superior puedan cumplir bien sus misiones en beneficio de sus estudiantes, la sociedad y el desarrollo económico.
El talento, la autonomía, la creatividad, el aprendizaje de los niños florecen más en una educación con orden y disciplina institucional orientada por esos propósitos. No es lo que tenemos.
