Repensar orden político, orden público y orden cultural para los cambios económicos y sociales.
“No hay mal que por bien no venga”, según el refrán. Tal vez nos habríamos ahorrado este experimento populista con mejores gobiernos en la anterior década, pero aquí estamos, viendo el despliegue de un espíritu y de unas ideas que no compartimos desde el poder.
Sabemos que no está saliendo y muy difícilmente saldrá bien este gobierno. Sin embargo, para ser justos, asistimos al clímax de un proceso de varias décadas. La democracia permitió que llegara al poder la matriz ideológica que había querido llegar por las armas, y la democracia los desalojará tras una larga serie de desaciertos, inherentes a tal matriz (marxista).
¿Qué hacer mientras tanto, desde el punto de vista intelectual, para preparar el futuro posPetro? Este gobierno con sus excesos puede provocar una reacción electoral y llevarnos al otro polo en 2026. Que pasemos del “cambio” que todo lo quiere trastocar al “orden” que todo lo quiere reprimir. De un fanatismo a otro.
Necesitamos, por tanto, pensar y conceptualizar un “orden” en distintas dimensiones que nos permita tramitar e implementar los cambios necesarios sin perder el norte, el horizonte unificador.
Un marco de pensamiento capaz de ver ciertos cambios no como simples correcciones o regresos, sino como oportunidades para incorporar o acomodar —hasta donde sea posible— impugnaciones, manteniendo el norte (y construyendo el orden).
Primero, el orden político requiere ajustar el sistema de partidos. Un pluripartidismo estructurado y acotado, sin decenas de “partidos”, permitirá que la gobernabilidad política produzca las decisiones que la sociedad necesita (y mejorar el control de la corrupción).
Segundo, el orden público requiere darle prioridad al control territorial de la Fuerza Pública. Exigirles integridad y eficacia a las Fuerzas Militares y a la Policía, y claramente darles un respaldo suficiente, más que confiar en la buena voluntad de los grupos armados ilegales.
Tercero, el “orden cultural” requiere un renovado compromiso con la modernidad. El proyecto de Colombia en dos siglos largos de vida republicana ha sido heredero de la Ilustración. Creemos en la razón, la ciencia y el conocimiento para alcanzar el bienestar material y espiritual, hoy bajo precepto de un desarrollo sostenible. La diversidad enriquece, no cambia los pilares del proyecto nacional.
Asumiendo que lográramos una reconceptualización parecida del “orden”, con la participación de líderes políticos en la tarea intelectual, faltaría un mandato claro en favor del mismo y un mandatario con “guante de seda en mano firme” para tender puentes y evitar sumar divisiones.
El legado de un presidente que se proclama del “estallido social” y que buscará avivar la polarización social con la pretensión de mantener el populismo en el poder, exigirá del próximo presidente un talento inusual para renovar y sostener el orden y dar cauce a cambios bien hechos.