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El 10 de diciembre pasado, cuando se anunció la elección de Leonardo Villar en la gerencia de la junta del Banco de la República, escribí en Twitter que se consolidaba “una falta de diversidad intelectual enorme” en una institución que, por lo demás, había construido una gran independencia y profesionalismo técnico, algo raro en Colombia. Con la llegada del gerente Villar, el próximo 3 de enero, todos los miembros de la junta serán graduados de la Universidad de los Andes, seis de los siete como economistas y uno como abogado, Gerardo Hernández.
Pero la falta de diversidad no solo está en el pregrado, en una organización que hace mayorías con cuatro de siete votos. En la junta de uniandinos que arranca el próximo año en el Banco hay tres que hicieron maestría en Economía también en Los Andes (Villar, Soto y Maiguashca), tres que hicieron su posgrado en la Universidad de Columbia (Soto, Maiguashca y Steiner) y dos que hicieron su posgrado en la Universidad de Illinois (Carrasquilla y Galindo). Aunque el entrenamiento académico en los economistas es importante, tal vez me dirán que el trabajo es lo que forja la visión profesional. Ahí Fedesarrollo, el tanque de pensamiento más importante de Colombia, aparece como el lugar de trabajo pasado de tres de los siete (Soto, Villar y Steiner) y dos que fueron sus directores. ¿Y los lazos personales? Digamos que muchos están ya dados por coincidencias anteriores: “Nada como las arepas de las Monas, ¿te acuerdas?, al lado del Lleras” o “buenísimo ese restaurante a dos cuadras de la facultad en NYU”. Para no ir más lejos, una de las codirectoras es la esposa del actual rector de Los Andes, la universidad de la que se dice está “de cara a Monserrate y de espaldas al país”.
El trino inicial sobre esta particular composición de la junta del Banco suscitó una conversación interesante en Twitter. Daniel Gómez-Gaviria, actual subdirector del DNP, quien empezó su carrera como economista en Los Andes, se preguntó: “¿Todos los que han salido de Los Andes piensan igual? ¿Es monolítico el pensamiento en las facultades de Los Andes a lo largo del tiempo?”. En la misma dirección, Hernando Zuleta, director del Centro de Estudios Económicos de esa universidad, señaló: “¿Se acuerdan de Eduardo Sarmiento, el decano de Los Andes?”. Y, claro, no todos los uniandinos son iguales. Eduardo Sarmiento, columnista de El Espectador y economista heterodoxo, es sin duda muy distinto. Tanto que Francisco Mejía, economista principal del BID y antes director del CEDE cuando Sarmiento era el decano, anotó con su ácido candor: “Cuando era mi jefe casi me suicido”.
El precio de la independencia del Banco no puede ser que se vuelva una rosca uniandina. No lo era antes y el Banco gozaba de la misma credibilidad. Este tipo de concentración de poder mina la legitimidad del organismo ante el país (así las calificadoras de riesgo estén tranquilas) porque manda el mensaje de que para ser codirector del Banco toca pagar una matrícula de más de $15 millones el semestre en Bogotá.
Pero, sobre todo, la falta de gente que piense distinto en uno de los órganos de poder económico más importantes del país parece perpetuar la mediocridad de nuestro desarrollo, más allá de la excelencia académica de Los Andes. En el 2019 el porcentaje de colombianos que vivían en pobreza extrema (9,6 %) fue el mismo que en 2013 (9,4 %), según el DANE. Antes de la pandemia, en 2019, con crecimiento económico de 3 %, 730.000 personas cayeron en la pobreza extrema. Ni Pinker vería un vaso medio lleno. Vamos para una década perdida de progreso social (presidida por ministros de Hacienda de adivinen qué universidad) y a este ritmo parece que hay que ser no uniandino para darse cuenta de que es necesario un cambio profundo.
Fe de errores. En una versión inicial de esta columna se nombró por error a Francisco Miranda, en vez de Francisco Mejía. Disculpas a los lectores (y a Miranda).
