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El fútbol no es como la vida

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Daniel Pacheco
29 de junio de 2010 - 03:33 a. m.
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ESTAR HUÉRFANO DE EQUIPO NO ES una razón suficiente para trabajar como es debido durante esta Copa del Mundo.

Ese ocio aplicado a ver partidos con aburrida neutralidad algo se compensa con la cantidad de detalles que la maravillosa cámara lenta en alta definición ha traído a este Mundial. Uno puede no ir por nadie, pero al menos ve cómo los primeros planos de jugadores que miran al cielo, se llevan las manos a la cara y guardan en su memoria momentos que los van a perseguir toda la vida.

El televidente de este Mundial mira desde los ojos de Dios. Nuestra omnipresencia en la cancha está garantizada por las 29 cámaras digitales de alta definición que capturan las acciones del juego desde todos los ángulos. Con una velocidad de 600 cuadros en un segundo, controlamos el tiempo a través de repeticiones que garantizan una visión nítida, de entre uno y dos millones de pixeles, en cámara lenta. Las partículas de pasto y tierra que el balón desprende del campo antes de ser barrido por una pierna cruzada que laza al otro jugador al piso. Y, por supuesto, los fueras de lugar, los goles que entraron y faltas que no pitaron el limitado y humano árbitro y sus dos asistentes.

Prefiero atribuir los errores arbitrales a la imperfección del factor humano antes que a las conspiraciones de la Fifa y “el negocio” sugeridas por Ricardo Galán en Twitter (@libretadeapunte), o al karma mencionado por Gabriel Meluk.

De cualquier modo, la asimetría entre los árbitros y los televidentes es tan marcada —la visión de Dios contra los ojos de los hombres— que voces de todos los lados del mundo piden integrar más tecnología a decisiones cruciales del juego. En Colombia, la urna virtual de este diario dice, a esta hora, que el 88% de las personas favorece el uso de más tecnología en el fútbol (votación total: 2.478).

Por el momento, yo me alineo con el otro 12%. Como espectador omnipresente, me parece más entretenido el fútbol con factor humano. Porque recrea la postura de ese ser todopoderoso que, si existe en este mundo, no interviene cuando suceden cosas injustas.

Sólo con la neutralidad del ojo que todo lo ve podríamos seguir manteniendo el privilegio de asistir a las teatrales actuaciones que engañan al árbitro o los impunes toques, agarrones, susurros y escupitajos entre rivales. Si la tecnología invade el fútbol, al punto de castigar las faltas a las reglas que hoy en día vemos, algunas menores y coquetas, otras de más de 30 centímetros adentro de la línea blanca, creo que el deporte cambiaría.

Los futbolistas jugarían como hombres temerosos del Gran Hermano. Se invertirían los deberes del fútbol (ganar) con los de la vida (jugar bajo las reglas). Desaparecería esa cualidad de válvula de desfogue que da permiso de olvidarse de las reglas y hacer fuerza para que el equipo gane así tenga que romperlas. Y nos quitarían todas esas tragedias sobre personas —y no máquinas— decidiendo en vivo la explosión de felicidad en un país y de tristeza en otro. El fútbol se volvería sólo acerca de pelotas, patadas y tiros al arco.

Pata: Bien por la pancarta en la marcha del orgullo LGBT en Bogotá que decía: “Heterosexuales con la diversidad sexual”. Somos muchos, desde todos lados.

danielpachecosaenz@gmail.com

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