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Mientras el país está enfrascado en un debate interno sobre excesos y corrupción en las FF. MM. —un debate sin duda importante, pero desafortunadamente reiterado—, avanza sin control político la debacle de seguridad nacional más seria de la historia reciente de Colombia. Ante el mundo, Colombia es hoy un país que permite que su territorio sea usado para lanzar operaciones militares ilegales para derrocar al régimen en Venezuela. Aún peor, es un país que cede su soberanía para que lo hagan principiantes mercenarios fracasados.
Casi tres semanas después de que unos 60 exmilitares venezolanos y dos mercenarios estadounidenses lanzaran una fallida incursión armada desde Colombia a Venezuela, tras haber estado al menos ocho meses entrenando en La Guajira colombiana, el Gobierno de Colombia insiste en la posición de negar que el hecho hubiera ocurrido del todo. Una posición absurda con la cual el Gobierno, su ministro de Defensa y su canciller han evadido toda responsabilidad política y han mentido reiteradamente, evadiendo hechos más que comprobados.
La semana pasada María Jimena Duzán le volvió a preguntar sobre la llamada Operación Gedeón al ministro de Defensa, antes canciller, Carlos Holmes Trujillo. Con su acostumbrada vehemencia, Trujillo respondió: “Pero, ¡por Dios! ¿Dónde está la certeza de que se usó territorio colombiano? ¿Quién lo dijo? ¿A quién hay que creerle?”.
Lo dijeron, para empezar, los miembros del gobierno Guaidó, entre ellos J. J. Rendón, que frente a un contrato firmado por el mismo Guaidó con la firma mercenaria Silvercorp USA, donde se detalla la operación, asumieron la responsabilidad del fracaso renunciando. Pero bueno, digamos que la credibilidad del gobierno de papel de Guaidó es insuficiente, no es como si fuera el gran aliado del gobierno Duque. Tampoco vale la versión de los exmilitares venezolanos capturados por Maduro, incluyendo a dos estadounidenses. Son también insuficientes los tres artículos de The Wall Street Journal y el de Associated Press, donde citan, entre muchos otros, la versión de Ephraim Mattos, un ex-Seal gringo que cuenta cómo estuvo en Colombia en septiembre de 2019 dando clases de medicina de combate en el campo de entrenamiento de La Guajira. Trujillo era canciller en ese momento. Ministro: ¿Ephraim Mattos estuvo en Colombia?
Si nada de esto es suficiente, qué tal las dos reuniones que el episodio ha suscitado en el Consejo de Seguridad de la ONU. En la última, del 20 de mayo, Kelly Craft, la embajadora de Trump ante la ONU, reiteró: “En la medida en que EE. UU. investiga la supuesta operación, más detalles están saliendo a la luz. No podemos compartir todavía lo que hemos conocido, pero sí podemos decir esto: es obvio que la supuesta operación fue descubierta mucho antes”. O sea, los gringos también reconocen que existió, y que los chavistas sabían de ella. Colombia, en cambio, no supo, no vio y aún no tiene ni idea. Para usar las palabras de Trujillo: “¡Por Dios!”.
Los rusos también saben, ministro. En la misma reunión del Consejo de Seguridad el representante de Putin afirmó que la incursión se lanzó desde Colombia y que los mercenarios fueron entrenados en nuestro país, y añadió: “Queremos preguntar qué rol jugó el vecino colombiano en esta historia. Es difícil imaginar que esta operación clandestina que se originó en su suelo fue conducida sin su conocimiento”.
Tengo la misma duda. Infortunadamente en Colombia estamos mirándonos el ombligo, embelesados con la Operación Bastón y los perfilamientos, mientras el gobierno de Duque destruye la credibilidad internacional de Colombia y presta nuestra soberanía para lanzar actos de guerra fallidos que han logrado relegitimar a un régimen que cuenta con el apoyo de Rusia, Irán y Cuba. A todas estas, ¿tenemos canciller?
