Joe Biden se ganó el alma Estados Unidos, como dice él; con tibieza, como diríamos nosotros. El regreso de Biden a la política fue reticente, generó escepticismo y luego del apretado resultado electoral despierta esperanzas limitadas.
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Biden es el vicepresidente del yes we can de dos períodos de Obama que legó a Trump. La supuesta sociedad posracial que eligió al primer presidente negro dio paso al regreso de divisiones tan profundas que suscitaron preocupación sobre una nueva guerra civil.
Pero en 2020 Biden logró ganar, entre otras cosas, porque no es Obama. No solo no es negro. Con todo su carisma y elocuencia, Obama encarnó de manera insoportable la soberbia de los tolerantes, la superioridad moral del relativismo y el menosprecio burlón del liberalismo de la sociedad abierta. Biden no tiene ni el talante ni el talento.
La crueldad de este progresismo se escenificó perfectamente en 2011, durante la cena de corresponsales de la Casa Blanca. Vale la pena ver el video, solo hay que buscar: “Cuando Obama se burló de Trump”. La cena es un evento anual (al que Trump como presidente nunca asistió) que reúne a estrellas de Hollywood, periodistas y élites washingtonianas, con la presencia estelar del presidente de turno. Tradicionalmente el presidente da un discurso de chistes sarcásticos sobre periodistas, medios y celebridades. Es una celebración de la libertad de expresión llevada a límites tan sofisticados que pocos por fuera de Washington captan los chistes. En 2011 todos supimos al menos que nos reíamos de Trump.
Volver a ver el discurso de Obama luego de cuatro años de Trump es un ejercicio de humildad que parece haber hecho Biden. Obama se burla de la falsa teoría conspirativa que impulsaba por esa época Trump sobre el lugar de nacimiento de Obama. Luego invita a la audiencia a imaginarse cómo sería la Casa Blanca si Trump llegara a ella, y muestra un fotomontaje de la fachada de la mansión presidencial con un casino encima, columnas doradas y mujeres en bikini bañándose en las fuentes. Cinco años después, el que se reía era Donald.
Esa noche Obama no se burló solo de Trump. Se burló de millones de sus ciudadanos. Hubo ahí un desprecio, una crueldad y una violencia que el exprofesor de Harvard (y quienes reímos con él) nunca entendió. Mientras ellos brindaban de corbatín, millones de personas tomaron esa humillación como un acto de guerra, y con esa rabia Trump ganó las elecciones de 2016.
Los parecidos con Colombia son evidentes alrededor del plebiscito, solo que Santos nunca fue chistoso, ni elocuente y el evento de Cartagena costó mucho más que una cena de corresponsales.
Ahora entra Biden. En últimas es difícil saber si lo hace por la incompetencia y mala suerte de Trump o porque en realidad sedujo al menos un poco más de la mitad del alma de los gringos con su llamado. “Es hora de vernos de nuevo, de escucharnos de nuevo”, dijo en su discurso desde Delaware, “para progresar debemos dejar de ver a nuestros oponentes como enemigos”. Incluso a los racistas, a los nacionalistas, a los creyentes en teorías conspirativas sin sustento hay que escucharlos. Más allá de si hay que tolerar la intolerancia, definitivamente sí hay que conversar con ella, parece decir Biden.
De nuevo, el parecido con Colombia de cara a 2022 es sugestivo.