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Honrar a la Fuerza Pública

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Daniel Pacheco
15 de junio de 2010 - 02:58 a. m.
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LA SEMANA QUE PASA DEJA SENSAciones contrarias sobre la Fuerza Pública colombiana.

Vergüenza y orgullo se entremezclan por la histórica condena al ex coronel Plazas de la Policía y por el espectacular rescate de cuatro oficiales secuestrados hace más de una década por las Farc.

No es sólo la condena al coronel (r) Plazas Vega, por su participación en la desaparición de 11 personas luego de la retoma al Palacio de Justicia en 1985, lo que genera vergüenza. Es sobre todo esa solidaridad de cuerpo en la Fuerza Pública que los incapacita a reconocer sus errores y pedir perdón.

Pasaron 25 años desde la toma del Palacio de Justicia hasta el destape de los falsos positivos, y a pesar de las abrumadoras evidencias sobre prácticas aberrantes de la Fuerza Pública contra civiles, los representantes de estas autoridades se resisten a cualquier tipo de señal de arrepentimiento. “Gajes del oficio que hacemos por ustedes”, parece oírseles decir. En especial por los miles de casos de asesinatos de civiles anónimos, crímenes desnudos de cualquier motivación política, cometidos para ganar puntos con los superiores o bonos económicos o días de descanso, siento una profunda vergüenza.

Por otro lado, el rescate de cuatro oficiales secuestrados por las Farc, en una operación militar que, según la información que se tiene hasta ahora, demuestra heroísmo y pericia para librar la guerra, es motivo de orgullo hacia la Fuerza Pública. La ‘Operación Camaleón’, como fue bautizada, es otra impresionante evidencia de lo mucho que han avanzado las Fuerzas Militares y la Policía para hacer efectivo su deber de mantener el monopolio de las armas en Colombia y garantizar los derechos y las libertades de los ciudadanos.

Hay algo extraño en expresar orgullo hacia la Fuerza Pública en Colombia. Un temor a ser tachado de extremista de derecha. Una prevención por pasar de ignorante patriotero. Una cautela para no herir a las víctimas de sus crímenes.

Pero cuando lo hacen bien, cuando en cumplimiento de su misión restablecen el orden constitucional y garantizan los derechos y las libertades de los ciudadanos, ¿por qué no dejarse llevar un poco en el reconocimiento a sus victorias? No encuentro buenas razones para contenerse, de la misma forma que no se contiene uno frente a la denuncia de sus atropellos. ¡Viva la Fuerza Pública de Colombia!

Entre esta extraña mezcla de orgullo y vergüenza nos toca encontrar una forma de honrar a nuestras Fuerzas Armadas. Es con esa misma mezcla que los propios miembros de la Fuerza Pública pueden encontrar el camino para curar las heridas abiertas entre sus ciudadanos. Sin signos de arrepentimiento —que no empañan el orgullo por sus resultados, su valentía y su servicio al país— es difícil lograr el honor con el que adornan sus escudos. Y sin signos de orgullo y reconocimiento hacia la Fuerza Pública, cuando su actuación lo amerita, es difícil que uno mismo se atribuya el honor de ser un defensor del Estado de Derecho.

 

danielpachecosaenz@gmail.com

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