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No son influenciadores quienes están teniendo éxito en política electoral: son bullies. La idea romántica del personaje que se hace viral y tiene éxito proselitista debe ser desafiada porque, en general, no se trata de una magia para comunicar sino, una vez más, de la efectividad del sectarismo para ganar votos. Los fanáticos de estos matones de colegio lo justifican de muchas maneras: a las palabras intimidatorias que ganan likes las llaman liderazgo vehemente, y la arrogancia la hacen pasar por determinación. ¿Qué sigue? ¿Llamarle control político a reventarle un yogurt en la maleta a otro parlamentario?
El matoneador político está de moda en todo el espectro ideológico y se eleva el perfil con un micrófono de podcast o con las placas que le entrega YouTube. En muchos países el fenómeno es el mismo con este tipo de personajes que dicen ejercer su libertad de expresión para informar a la sociedad, pero realmente son operadores políticos. Son sujetos que se dan a conocer por provocar y atacar a otros en Internet. Así que, en Colombia, cuando tengan curul, lo más realista sería que se presenten como “Honorables ‘trollgresistas’ de la República”.
Se hacen populares en redes porque reivindican el insulto como herramienta de comunicación política. Y quisiera ser claro: las ofensas están cubiertas por la libertad de expresión, pero quienes hacen política partidista tienen el deber de cuidar su discurso con respecto a la sociedad civil, como lo ha reconocido la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. No es lo mismo que una persona con mucho eco en redes, pero sin agenda proselitista, insulte a un periodista a que lo haga alguien que sí hace política electoral con un megáfono digital enorme. Ese es un fenómeno que ya hemos visto en la derecha y, ahora, de forma más clara en la izquierda, como lo demostró el reconocido youtuber “@MeDicenBully”.
Mucha gente celebra estas actitudes porque dicen que es una manera de enfrentar la injusticia, además se identifican porque el agravio les hace sentir que quien lo dice es transparente. Pero detrás de eso no hay nada más que una trampa para seguir erosionando el debate democrático y abrirle campo al autoritarismo. Si el Congreso de la República se va a llenar de matoneadores, bien podrían remodelar la Plaza de Bolívar: que pongan canchas de microfútbol y banquitas desde donde los nuevos parlamentarios puedan ponerle apodos y darle calvazos a quien vaya pasando. Podríamos llamarle el Patio de Bolívar.
Sé que en estos días de memoria corta la mesura y la templanza, en cualquier contexto, suelen ser vistas como debilidades. Lo cierto es que son grandes cualidades de los políticos que deben saber cuándo emplearlas y cuándo enfrentar algo sin transigir. Si seguimos haciendo política al todo o nada pronto van a tener que reglamentar que toda propaganda lleve la advertencia “Mentada de madre política pagada”.
Una posdata. ¡Vivan las mujeres buscadoras de víctimas de desaparición forzada! Constructoras de paz. Su gran trabajo para esclarecer la verdad no sería posible sin el Acuerdo de Paz del Colón.
