Reconocer errores en política suele ser un tabú porque supone un alto costo para las ambiciones de poder, el problema es que eso puede engendrar violencia política. Para un diálogo entre sectores radicalizados con visiones contrapuestas, es preciso generar varias condiciones, y una de las más importantes es que cada parte asuma sus fallas. Si el propósito es, una vez más, moderar el tono de la confrontación política en Colombia, el primer paso de lideresas y líderes políticos debe ser admitir sus equivocaciones sin el temor de estar dando ventaja.
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Suena ilusorio, pero es lo que suele ocurrir en las sociedades luego de que tocan fondo con guerras civiles o altos niveles de violencia que sí o sí resultan en algún tipo de pacto. Alguien pensará que eso no siempre ocurre así, y puede tener razón si es que, acaso, en este país nos vamos a permitir contemplar la alternativa de una guerra que sólo terminará hasta que desaparezca uno de los bandos. Sí, porque esa es la única otra opción que existe a la de hacer acuerdos con el diferente.
Debemos estimular a las y los líderes políticos a no temer a disculparse primero, a que no sientan que sus actos de sincera contrición serán tomados como traición o debilidad. Por ahí empieza la paz política. Tenemos que dejar de alimentar y normalizar la narrativa de que el campo de debate político es de suma cero, donde sólo prevalece uno sobre el otro. Ello al final terminará haciendo desaparecer ese escenario en el que, a pesar de cumplir nada más con mínimos democráticos, se han logrado conquistar valiosos derechos.
No esperemos una vez más a darnos cuenta de que estamos tocando un nuevo fondo para pactar el entendimiento. En 1958, al inaugurar el —cuestionado, pero lleno de lecciones— Frente Nacional, Alberto Lleras, por el Partido Liberal, y Laureano Gómez, por el Conservador, dieron unos discursos que, a su modo, luego de décadas de la violencia más cruel y de una dictadura, dan cuenta de esto.
Lleras, posesionándose como presidente dijo: “Descendimos, brutal y súbitamente, a extremos inauditos (...) acudimos todos con espíritu de contrición y propósito firme de enmendar nuestros errores y los ajenos, sin reservas egoístas y humildemente arrepentidos de que cualquiera de nuestras palabras y de nuestros actos que hubiese podido contribuir al desbordamiento de la locura”. Y Gómez, como presidente del Congreso, señaló: “que de nuestros labios salgan palabras de amistad (...) y no amargas voces destinadas a encender rencores (...) encuentro profundamente satisfactorio contribuir a la rectificación (...) y dedicar por completo los débiles esfuerzos que aún me son posibles a la obra de reconciliación”.
Para facilitar que quienes tienen liderazgos políticos creen confianza entre sí, admitiendo errores, hay que crear un pacto democráctico que establezca condiciones de diálogo seguras, la renuncia a emplear el reconocimiento del error como un arma de humillación, reconocer la aceptación de culpas como un signo de liderazgo, y llevar a cabo actos de reparación que no equiparen las heridas de cada cual como simples espejos.