Hoy pesa más la lealtad a un grupo que la búsqueda de la verdad. Así lo demuestra la reacción de varios libertarios que insisten en excusar a Javier Milei tras haber promocionado una criptomoneda que terminó en un fraude. Aunque no es la única evidencia del fenómeno, sí es la más reciente a gran escala. Si Milei fuera a la cárcel por haber difundido tal engaño, sus fanáticos seguirían apoyándolo, gritando: “¡Viva la pena privativa de la libertad, carajo!”.
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El problema está diagnosticado, pero no deja de ser alarmante. Sabemos que los algoritmos de las redes sociales nos atrapan en burbujas que refuerzan nuestros sesgos para mantenernos enganchados. También sabemos que muchos políticos han sabido explotar esas burbujas usando el miedo y un sentido de pertenencia artificial. Básicamente es como una religión, solo que como prueba de fe crearon la experiencia del infierno en la Tierra mediante estafas cripto o el saboteo de programas de vacunación.
No importa lo que haga el líder político que ha venido a garantizar la ilusión de integridad del grupo: siempre tendrá respaldo. Sus errores encontrarán, en su fanaticada, una justificación arbitraria que adquirirá total coherencia por cuenta de algún sesgo cognitivo. Así sucede con los fanáticos religiosos que apoyan a Donald Trump a pesar de su ética cuestionada y de haber sido declarado culpable de delitos. No sería raro que pronto le anuncien a nuestro Señor Jesucristo que, si quiere entrar en sus corazones, ahora debe pagar un arancel del 25 %.
Ya desde 2016 Trump entendía el fenómeno y, por eso, llegó a afirmar que “podría dispararle a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”. Eso mismo es a lo que le llamamos “teflón” en Colombia, haciendo referencia al recubrimiento de algunas sartenes que las hace más efectivas siempre y cuando no se rayen. Bueno, todo indica que el teflón está funcionando muy bien para cocinar el cuento que se están tragando los crypto bros a nivel mundial.
Y no sólo ocurre con la derecha; en el progresismo se ven silencios crédulos y muy riesgosos. Por esa vía, en México, Morena ha tenido el camino despejado para debilitar a la rama judicial y, en Colombia, Gustavo Petro ha evitado enfrentar responsabilidades concretas sobre cuestionables manejos de su campaña presidencial. Lo curioso es que, cuando se les señala, su mejor excusa suele ser que “la derecha también lo hizo”. Si las cosas están así, su próximo eslogan de campaña mejor debería ser: “Vote por el mismo cambio de siempre”.
Todo esto, al final, debilita los contrapesos y el debate público. Ahora, cuando hay críticas legítimas que no vienen de contradictores convencionales sino de personas afines, estas de inmediato terminan matriculadas en el bando contrario. No sería extraño que haya libertarios pidiendo investigar la estafa de $LIBRA y que, al instante, varios de sus compañeros los tachen de globalistas que quieren imponer la ideología de género porque los hombres de verdad no lloran ni recurren al Estado de Derecho.
Ya no importa la libertad, solo la lealtad y no sabemos eso a dónde nos conducirá.